martes, 17 de enero de 2012

De vuelta en Buenos Aires.

Como si pudiera despegarme tus faroles del pecho, arrancarme tus suburbios de la piel, el café en la mesita de la ventana y el vaivén de ese subte gimnástico que es capaz de desgranarse con el traqueteo de las vías y sin embargo mostrarse erguido y soberbio en cada estación. Como si pudiera caminar por tus calles y sentirme ajena, como si pudiera concretarme: sentirme distinta en Buenos Aires. Buscando la asíntota del olvido, olvido de tus veredas, de tus ratas tristes, de tus putas feas, buscando y preguntándole a las baldosas rotas cómo hacer para sacarme esta sensación de fiera enjaulada que me cachetea cuando camino por Lavalle. Es que realmente llego a Buenos Aires con esta sensación de amante herida, llena de odio y de deseo, y esta certeza que cala hondo y que detesto, en el humo que se enreda, en el calor lubricante, en el hedor de tus esquinas, no puedo olvidarte, Buenos Aires... Esta nostalgia que desprecio, esta sensación de pez fuera del agua que me araña hasta que logro olvidar de nuevo, esta necesidad de convencerme, otra vez, que hay tanto por aprender en todos lados, que quien habla de "su lugar" está renunciando a todos los otros, que no quiero una vida de renuncias sino de experiencias. Racionalizo, cierro los ojos, y el obelisco en todo su esplendor de falo inexpugnable en la memoria, quiero pasarle la lengua hasta la punta, mi río sucio y mis cucarachas que caminan por la pared de cualquier torre, viejas sucias y apuradas trepando por los andamios. ¡Qué bien te queda enero, Buenos Aires, un enero impúdico en el que está permitido caminar casi desnudo por la calle, un enero que arrasa con los zapatos y con los pudores, un enero-sol que aplasta a quien camina por Rivadavia! ¡Bello enero que me desnuda de encajes y de nostalgias!

2 comentarios:

  1. y además de ser un "enero impúdico" es tan cementerioso!

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  2. Lo que me gusta de enero en Buenos Aires es que no es sutil. Apasionadamente aplastante.

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