lunes, 16 de enero de 2012

Lo Importante

Sí, y para qué voy a mentirte, te digo mientras el sol te da de refilón en los hombros y en las caderas, hay una admiración confesa por tu praxis hiperactiva y tu pragmatismo frente a los hechos. Cuando hay baile, bailás, y cuando las papas arden, salís corriendo como condenado para buscar con qué sacarlas. Me maravilla, no te lo niego. Me maravilla desde este compendio de teorías y teoremas que me condensa las neuronas, desde este amor a toda prueba por Nietzseche y Shopenhauer, desde este latir de los tel quel , de las calles parisinas del exilio del poeta, desde Wells y Kubrick... A veces pienso que no sé para qué tanta palabra si al fin de cuentas vos sabés conducir, cambiar foquitos y cortar el pasto, mientras yo te hablo de las teorías lacanianas y no podés creer que realmente confíe en el psicoanálisis ("¿estás loca, vos? ¿yo a mi vieja?"), mientras te miro cambiar la cortina del baño que se me cayó al demonio en un estrépito de jabón, gritos y adrenalina. Estoy desnuda, con toalla apenas, mirándome los moretones (este azul verdoso, aquel tirando a violeta pardusco), y te cuento lo que pensaba en ese momento: la ética kanteana no respeta a los homosexuales. Asentís mirando el caño, que a esta altura ya vuelve a parecer un caño de cortina y no una chatarra torcida y mojada, y yo te veo desde lejos y creo que sos un héroe. No por el cambio del caño (aunque sí, un poco sí) sino porque ante mi grito de mármol entre los omóplatos acudiste con tu jean sucio y tu remera vieja, a rescatarme. "Sos mi héroe", te digo, me río, y me cuelgo con la concepción homérica de la predestinación, y ahora a la tragedia, mientras me envolvés en la toalla y me mirás clarito y me preguntás si duele mucho. Sí, duele, te digo, lejos de los catedráticos y a dos milímetros de tu nariz. Eso te quería decir. Eso nomás.

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