lunes, 16 de enero de 2012

Azucenas en la arena

Siento tu mano grande sobre mi rostro como una bandada de cuervos, que tejen telarañas y caminos de hormigas sobre las células mismas de tu violencia, de mi desgracia, de esta sangre que se suelta a borbotones por el punto de fuga de tu acusarme en llamas. Ruedo por el suelo, y me siento una hoja de otoño, un papel en el aire, tan frágil, tan seca, tan muerta, quizás volarán así mis cenizas cuando termines tu tarea, cuando de una vez por todas no pueda perdonarte, no vuelva a creer que todo puede ser distinto. Tu zapato de cuero baila entre mis costillas como bailabas aquella noche que te elegí, que me prometiste el cielo, cuando todavía no había tanto abismo de sangre y ruido entre nosotros. Me gritás, y glorifico tu voz entre todas las voces que me han gritado en mi vida, glorifico tu voz fuerte y segura, cómo admiro esa seguridad, pienso mientras siento un dolor punzante entre los ojos, pienso mientras trago a sorbos este cóctel de mocos, sangre, lágrimas y angustia. Es casi bella la presión de tus dedos en mi ropa, cuando me mecés y siento la pared fría muy cerca de la nuca, una y otra vez, y cada vez más cerca, y son casi caricias, si uno se pone a pensarlo detenidamente, quién soy yo para evaluar tu forma de acariciar… Siento tu rodilla en mi vientre oscuro, siento el golpe discreto y exacto de tu rodilla perfecta contra mi pecho pequeño, seguís bailando conmigo, y eso es lo que importa, me seguís eligiendo a mí, a mí, pequeña mujerucha desgarbada y fea, entre las demás del baile, me seguís eligiendo a mí para bailar esta danza mística de gritos, golpes y sangre. Ahora este hilo carmín que se desliza desde la comisura, siento la boca hinchada pero sonrío, sonrío porque te detenés y me mirás, y sé que te parezco hermosa, sé que soy la única en el baile, sé que vas a romper a llorar, que vas a abrazarme, que vas a romperte en promesas. Sonrío y te abrazo, porque sé que hoy, por lo menos hoy, vas a volver a acunarme contra tu pecho.

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