lunes, 16 de enero de 2012

Extrañando las luces de casa.

Y tiene que ver con el humo, con el ruido y la luz, fosforescencia europeísta, intelectualita de poca monta, cómo te duele el otoño, Buenos Aires. Cómo te duele el mayo amarillo y el deshoje enojado, las frazadas en los zaguanes y el baño de Burger King. Pareciera que no pero me dejo, entera y desnuda, en tus calles de empedrado ahí, bajando por Defensa, en Esmeralda y la Avenida, en el guiño cómplice del rojo – amarillo – verde. Y tiene que ver con lo que me llevo, también. Buenos Aires, esta mezcla imperfecta de verde y de gris, este verde que potencio y este gris que funda la nostalgia, este tango a lo lejos y la luna que rueda Callao abajo (ahí le pasa a La Academia, ahora se mete en el subte A y quizás baje por casa la luna luna luna redonda). Y le saco la lengua a un Nito Artaza más alto que el original que me hace la venia por Corrientes, y ahí va el ciclista, con su termo de acero inoxidable y paro en un quiosco a comprar nosequé.

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