jueves, 19 de octubre de 2017

Pienso en ese río que nombra, que lleva todo el agua de las montañas, que corre rápido por la pampa y va perdiendo ese color azul-andino que tiene donde arranca. Ese río que carga cincuenta y un metros cúbicos por segundo de agua clara que baja por los caminos que derrite la nieve en las montañas. Ese río donde nadas tranquilo, donde nada es tranquilo, casi pareciera que loco loco estas nadando vestido entre las ramas, casi parece que se te enredan las rastas con la corriente, casi parece que no pasa nada. Acá estoy, frente a una computadora prestada, a ocho mil seiscientos trece kilómetros del río en el que hagamos de cuenta saltaste porque quisiste, porque nadie te corría entre las matas, porque nadie te disparó por la espalda, porque nadie te llevó a ahogarte o a morirte solo en el agua. Agua, agua, agua, agua que baja por las montañas, agua que se lleva el río, agua que llega al Atlántico y quizá se mezcla con el Pacífico, quizá, quién te dice, Santiago, quizá llegue acá desde yo te escribo y te llamo porque tu herida me sangra.
Nos tocó nacer en un país triste, en un país pobre que esconde sus muertos en el agua. Te siento tan parte de mí, yo también besé las benditas rutas, yo también salté las vías, yo también abracé tus causas. Te siento tan cerca de mí, yo también amé las montañas, yo también elegí los lagos, los ríos, las araucarias. Nos tocó, a vos y a mí, nacer en un país triste, tan triste, Santiago, te digo desde acá lejos cuando tu muerte me mata.
Tu muerte me mata un poco, pero también me enseña distancias. Tu muerte me abre los ojos, ya no hay refugio de los que matan. Tu muerte me duele profundo, tu muerte me rompe del grupo, tu muerte me aleja y me avisa, ya no hay refugio en las montañas. Ya no hay lugar seguro, lago que brilla en donde no pasa nada. No quiero volver, Santiago, me duele tu muerte y me aparta, no quiero volver a lo triste, al pobre país que esconde sus muertos en el agua.
Dana
19-10-17 acá, 18-10-17 allá, escindida
en espacio,
 tiempo
lengua

and sorrow.

martes, 4 de junio de 2013

San Telmo

San Telmo.

Piso la juntura con el taco
que juega entre junturas
este taco
que se enreda
en aquel adoquín y este otro,
que se queda en la juntura todo taco,
que tropiezo dando vueltas
por un aire que en-aroma
garrapiñada,
cerveza,
maní.
Vueltas en el aire que sonríe
y la música que me bailo
por el aire
y un Goyeneche resfriado
que suena atolondrado
en un amplificador maltrecho
que descansa en el cantero
junto al malvón.
Te juego un dos por cuatro en el aire
de milonga que resuena entre las calles
que se mezcla allá en Lezama
                               con un candombe
                               que retumban
                                los bombos
                                y el tambor.
Bailo por el aire y el tropiezo
del taco que se enreda en la juntura
entre aquel adoquín y este otro
y parece quel tropezón termina
porque caigo
pero no.
En San Telmo nadie cae para abajo
se te enreda el taco taco en la juntura
y volás por un aire dulceamargo
que te lleva taco-bombo
taco-tango
a lo más adentro tuyo
encerrado
a lo más adentro tuyo
empedrado
de adoquín.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Siesta


Una siesta, eso nada más. Cerrar los ojos y dejarlos caer profundo adentro, hay un centro que corre y que zapatea y que habla y que a veces hay que darle un tortazo, una patada certera en las canillas, algún incentivo extraordinario, alguna negociación. Y se calla. Y cuando se calla, cuando finalmente decide romper la verborragia atronadora e inútil, el murmullo de todos los ecos del mundo y del tiempo, llega lo verde-pasto-verde, lo suave-toalla-nueva, ese silencio lleno de sol que trae la siesta. Hay un laberinto de piedra y de fuego y de hierro: la siesta lo funde, lo desdibuja, las paredes se derriten, marchitas, contra el colchón. Hay dos zapatos metálicos, un asfalto-imán-empedrado y cada paso que cuesta, que sube y que cuesta, que baja y que cuesta, que se engancha en los pliegues del cemento gris. Y hay una cama en el fondo, una almohada de chocolate o de peluche donde se reúne lo verde-pasto-verde-todo-verde de la siesta. Una deliciosa incontinencia inconsciente, la siesta como un suspiro pero al revés: un inspiro que todo lo llena de miel y caramelos, un inspiro vital. Todo sabe mejor después de la siesta, todo es más fácil: el elástico apocalíptico recupera toda su flexibilidad, abrir los ojos a un mundo más dulce y dormido. Oler el aire: ya no rancio, ya no búsqueda inverosímil, ya no yo-metayó-elmundo: sólo café. Y salir caminando, saltando entre las baldosas, sintiendo el sol en los hombros y la maravilla de la siesta que se nos va despegando despacito, de a girones, de la piel dormida.

martes, 15 de enero de 2013

...


Así, así, vení, miremos esta ciudad llena de luces desde acá, el viento que en la ventana era apenitas y acá nos revolea estos sombreros invisibles, dame la mano y trepáte hasta acá, que si querés deja de ser un tanque inmenso de hormigón y se convierte en otra cosa, no sé, un tazón inmenso de café caliente, o un rinoceronte valeroso con corazón de paquidermo. Cada vez que pienso en el amor vengo acá arriba, donde a veces estos edificios enormes son también un lago inmenso y como de purpurina, donde la noche está helada y esa cordillera milenaria te hace cosquillas en esos ojos que ahora son marrónclarito y como de gato, y vení, te digo, abrazame que este viento que sacude esta estepa de coirones y piedritas y este lugar de acá arriba donde otras veces es un potrero rodeado de cerros colorados y vos usás sombrero y tomás mate y hay algo en tu aire campechano y tu sangrar de poesía en algún lugar de este claro, y subite, trepáte a ese escaloncito de allá al costado y de ahí a este otro escaloncito, vení acá a mirar como un cielo lleno de estrellas se acerca, despacito, a un río famoso que nos corre por debajo, en una ciudad llena de puentes, de moros y de magos. Dame la mano y miremos, y se te enrulan los ojos, y se te afinan las manos, y se te da vuelta el horizonte por un ratito, y quizás sea otra vez mirar desde acá y abrir los ojos otra vez y volver a mirarte, y otra vez esta brisita que canta como una zamba triste, un brazo que es el tuyo que se me apoya en el hombro y la certeza de que en ese brazo están todos los brazos, y en este hombro están todos los otros hombros que has abrazado. Un mirarte como en el tiempo y reconocerte, a veces de ojos oscuros, a veces de ojos claros. Un beso que sale de mí pero que lleva todos los besos de las que has amado. Mirá, mirá, miremos, los ecos de la luz en los tejados, que el viento sopla entre los edificios, que el mar está subiendo allá abajo, que somos siempre nosotros, los mismos que hace mil años.

viernes, 6 de julio de 2012

Frida


Frida Kahlo, "Mi nacimiento", 1932. Óleo sobre metal.


Un grito que empuja otro grito que bebe de cántaros que deja salir más sangre en la cama
Un desgarro de entrañas que pierden caricias de manos cansadas, un niño que aguarda
La piel se desgrana, se rompe, una sangre que mana y que mana.
Un agua que estalla que quiebra caminos que cruzan la calma que ensucia la sábana
Un alarido que apaga la llama que nada detiene, corona que asoma, castaña y macabra
La sangre que mana, una espalda rosada, un suplicio que abrasa la madrugada cansada
Un aullido que rasga la entrada, dos pies como alas que quiebran la noche, de plantas rosadas.
Una mujer que yace.
                                                            Un niño que clama.
                                                                                                              Uno por uno, nada.

viernes, 22 de junio de 2012

El Gordo Járris


Yo me acuerdo del Gordo Járris. Era rubio, bien gringo, con las pestañas casi blancas y los ojos transparentes, me acuerdo que llegaba todo colorado al aula de Química, resoplando como un bandoneón desafinado. ¿Cómo no me voy a acordar del Gordo Járris, que comía maní con chocolate y siempre tenía los dedos sucios y pegajosos, que era el campeón indiscutido de servatana a la nuca de Santángelo y sus capitales de África? ¿Pero cómo, nadie se acuerda? ¿Cómo puede ser que nadie se acuerde? ¿Ni siquiera vos, Herrera? ¿No te acordás que cuando el preceptor pasaba lista el Gordo Járris estaba justo antes que vos? Me acuerdo porque yo los tenía en la misma página del índice telefónico donde anotaba los teléfonos de los amigos. Me acuerdo porque en esa página solamente estaban ustedes dos.
Fue muy loco lo que pasó con el Gordo Járris. A veces pienso que debo estar loco, que no puede ser. Pero el Gordo Járris desapareció. Así, de un día para el otro. El Gordo Járris dejó de venir a la escuela y nadie se dio cuenta: se lo tragó la tierra (¿la Tierra?), como si nunca hubiera existido. Y nadie, pero nadie, se dio cuenta.
Me acuerdo que llegamos con el Zurdo al aula de quinto, nos habíamos fumado un puchito en la puerta y veníamos masticando chicles de menta. Hacía frío, me acuerdo porque me saqué los guantes para fumar. Entramos casi corriendo, era tarde y nos estaban cerrando la puerta.
Cuando llegamos al aula, noté algo raro, pero no me supe dar cuenta bien de qué era lo que había cambiado. Llegó el profesor, nos paramos, “buenosdíasprofesorFangulo”. Lo de siempre. Pero se sentía algo raro. Al rato llegó el preceptor y pasó de Gómez Acuña a Herrera, y ahí me di cuenta. Nadie dijo nada, y yo no sé por qué, pero tampoco.
Unos días después fuimos con Nacho a comprar un pebete al kiosco de la escuela, recuerdo que me llamó la atención la cantidad de paquetes de maní con chocolate que había detrás del mostrador, como esperando… Me volví a acordar del Gordo Járris, y cuando le iba a decir a Nacho, Chicha me preguntó si le ponía mayonesa y me olvidé de nuevo.
Me acuerdo que como al mes, nos encontramos con los chicos a jugar un picadito en el campito de Vialidad. Y el Paisa fue derecho al arco, como si ese hubiera sido su lugar de siempre, como si el Gordo Járris no hubiese sido el dueño indiscutido del arco durante, por lo menos, cuatro o cinco años. Como si nada, me acuerdo, el Paisa se puso los guantes y se fue silbando bajito para el fondo.
Después vino Bariloche, la fiesta, yo empecé Arquitectura, el Zurdo y el Paisa se mudaron a La Plata, Herrera empezó a laburar en el tallercito de los viejos… Nos seguíamos encontrando, cada tanto, después llegaron las novias, los hijos… Y la vida nos fue enredando cada vez más, y nos fuimos olvidando de todo…
Hasta hoy, que nos encontramos, ya canosos y señores, para festejar nuestros veinte años de egresados. Y yo les quería preguntar si alguno se acuerda del Gordo Járris, porque ayer encontré la libretita, el índice telefónico y en la página había un borrón, solamente un borrón, y abajo decía “Herrera, Miguel Ángel”.

Dibujando.


Como si pudiera invocar a los lapsus de la memoria y los misterios gozosos de la conciencia, busco dibujarte fragmentado en la pared: necesito un modelo, un dibujo, un concepto, necesito un modelo para poder visualizarte sin romperte. Cómo hacer para trazar tu figura con esta tiza marchita y seca, sin detenerme, lasciva, en cada una de tus partes. Tengo que poder dibujarte, me digo, tengo que poder invocar tu imagen llena y sin detalles para trazar tu contorno en la medianera del patio. Desespero, presa de la metonimia, busco hablarle a la silueta y no a tus ojos de gato, al mágico pliegue de tu clavícula, a la deliciosa sombra de tus brazos redondos, al reloj que enloquece debajo de tu ombligo. No. Pensar al cuerpo entero, evitar detenerme en el delirio húmedo de tu boca. Necesito dibujarte entero en la medianera del patio para no olvidarme nunca de cómo sos ahora, para poder mirarte por la ventana, estático, inmóvil, mientras este mundo se dedica a corromper tus líneas, mientras tus hombros comienzan a caerse y las formas a redondearse. Tengo que poder dibujarte ahora que floto en este limbo canábico y optimista, ahora que todavía no sentí el tirón de la cadena en el tobillo, ahora que todo huele a canela y chocolate, y los ojos abiertos sólo buscan tu forma, dibujar tu forma antes de perderme en la penumbra de este mundo que sí existe.