lunes, 16 de enero de 2012

Humedad

Tarde llovida en el calafate, nubarrones grises atascados en la cumbre del  cerro como si fueran  sábanas arrugadas después del batallar contra el sueño, o algo así. Nada por aquí, nada por allá, el sonido del viento cuasi constante y una garúa imperceptible, de esa que te empaña los anteojos, una garúa porteña... Frío, sí, pero más que nada húmedo. Hacía muchos meses que no sentía la humedad en la piel, en el pelo como cablecitos enloquecidos, en la nuca, entre los hombros y los pechos... Hacía mucho que no me sentía tan en casa: así. los cerros, el viento, esta tierra recóndita de duendes y bosques, de estepas y cielos enormes y mudos. esta tierra de hielos, de aguas turquesas y heladas, de andes nevados a lo lejos, de aridez testaruda que batalla contra mis canteros de conejitos y alegrías del hogar, contra mi césped y mi nostalgia. así. la humedad entre los ojos, la humedad de mi ciudad, la memoria entre los dedos de los pies del asfalto mojado, de la baldosa floja, del paraguas haciendo contacto con todos los paraguas del mundo, con los techos del derrumbe, con el óxido de los caños y las ratas de las alcantarillas, con las viejas arrugadas en las puertas de los almacenes y las viejas estiradas en las puertas de los hipermercados, con los nenes afuera de la humedad y de la lluvia. Así. Hoy Calafate es sórdido y quizás uno de los duendes de mi jardín está paseando hoy por Alberdi, casi casi Avenida de la Plata...

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