lunes, 16 de enero de 2012

Convivencia y costumbre III

Sentarse otra vez ante la angustia de la página en blanco, otra vez adolescente con las muñecas desmenuzadas de la infancia, con el interior hecho trizas, tizas perdidas de tiempos inmemoriales, ingenuidades escondidas entre la sangre que brota, inefable, entre la sangre que me recuerda viva, el fondo de tu placard y esta soledad narcótica. No sé a qué santo rezarle, cuando despacio se pierde mi llanto en la neblina, cuando despacio involuciono, hasta volver a abrasarme al otro lado de la almohada, hasta volver a ver mi lecho como una guarida y un refugio, ya no campo de batalla. Nada por lo que batallar, despacio se pierde tu sombra entre el reloj, las obligaciones pertinentes, los formularios de desecho, el papel higiénico inequívoco en el que trazo mis palotes encerrada en el baño, con la cara desfigurada y el rigor mortis de la angustia, y el palpitar intenso de la pena, y el suspiro irregular de esta sencilla sensación unos centímetros al norte de donde abruma tu ausencia. Me olvidé las pastillas en el cajón, la dignidad en el diccionario, la ansiedad en tus bolsillos, las llaves de mi casa no sé dónde... Estoy más tranquila, eso es lo peor... Que se me cansan las patadas de la rabia, se me agotan los puñetazos a la nada, el destapador haciendo tirabuzones en mi piel, en mi vacío, en mi cuantiosa adolescencia tardía. Hacía mucho tiempo que esto no pasaba, y lo que quedó de mí, ajado y roto, acá solo, aferrada a lo que quedó de vos, gastado y viejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario