martes, 17 de enero de 2012

De vuelta en Buenos Aires.

Como si pudiera despegarme tus faroles del pecho, arrancarme tus suburbios de la piel, el café en la mesita de la ventana y el vaivén de ese subte gimnástico que es capaz de desgranarse con el traqueteo de las vías y sin embargo mostrarse erguido y soberbio en cada estación. Como si pudiera caminar por tus calles y sentirme ajena, como si pudiera concretarme: sentirme distinta en Buenos Aires. Buscando la asíntota del olvido, olvido de tus veredas, de tus ratas tristes, de tus putas feas, buscando y preguntándole a las baldosas rotas cómo hacer para sacarme esta sensación de fiera enjaulada que me cachetea cuando camino por Lavalle. Es que realmente llego a Buenos Aires con esta sensación de amante herida, llena de odio y de deseo, y esta certeza que cala hondo y que detesto, en el humo que se enreda, en el calor lubricante, en el hedor de tus esquinas, no puedo olvidarte, Buenos Aires... Esta nostalgia que desprecio, esta sensación de pez fuera del agua que me araña hasta que logro olvidar de nuevo, esta necesidad de convencerme, otra vez, que hay tanto por aprender en todos lados, que quien habla de "su lugar" está renunciando a todos los otros, que no quiero una vida de renuncias sino de experiencias. Racionalizo, cierro los ojos, y el obelisco en todo su esplendor de falo inexpugnable en la memoria, quiero pasarle la lengua hasta la punta, mi río sucio y mis cucarachas que caminan por la pared de cualquier torre, viejas sucias y apuradas trepando por los andamios. ¡Qué bien te queda enero, Buenos Aires, un enero impúdico en el que está permitido caminar casi desnudo por la calle, un enero que arrasa con los zapatos y con los pudores, un enero-sol que aplasta a quien camina por Rivadavia! ¡Bello enero que me desnuda de encajes y de nostalgias!

lunes, 16 de enero de 2012

Juegos tristes.

Que complicado esto de no verte cuando te tengo tan cerca, en este cuarto oscuro de clonazepam sin chocolate, en esta salita narcótica que nos va perdiendo en el tedio. Nunca quise tacharme la doble y sin embargo, acá me tenés inventándote historias, dejando a la reina en el dulce resguardo de su retaguardia por miedo a algún alfil insolente, diciéndote que no quiero falta envido con treinta, por las dudas… Nunca quise esconderme demasiado bien porque si no se pierde la gracia como un poeta en un laberinto, siempre me gustó llegar al penal nada más que para sentir esa adrenalina fatídica en las piernas, en los tobillos, ese cosquilleo delicioso en las puntas de los pies y sin embargo acá me tenés, negándome la esencia, hamacándome despacito, subiendo al tobogán más bajo porque los años no vienen solos y ya no me levanto de un salto del golpe, cada vez los golpes duelen más y cuesta más reincorporarse, y las piedras que tiro cuando juego al sapito rebotan cada vez menos, debe ser el cansancio, pienso, cansancio de siempre lo mismo. Transitaba sin tregua la rayuela de tu cama, el aire se llenaba de humo de todas las fragancias, y tu cuerpo era un barquito de papel atravesando la madrugada. Me sentía como flotando en un mar de caramelos, esperaba tu llegada con la ansiedad de una niña que aguarda el mágico momento en el que la piñata florece, llenando el ambiente con su polen de golosinas, luchábamos contra las distancias disfrazados de piratas, vos eras mi caballero con un traje de hojalata, yo la princesa de puntillas y volados que te esperaba. Cantábamos a los gritos en los aeropuertos, bailábamos como locos haciéndole dedo a los camiones que siempre nos llevaban…
Y acá me tenés perdida, fragmentada, una parte de mí que juega todavía con las palabras, una parte de vos que brilla, todavía, en la mirada, vamos a tocar un timbre, negrito, y a salir corriendo como condenados, como dementes, salgamos corriendo nosotros muy lejos de todo, de todos, gritando y corriendo de vos y de mí.

Huir.

Huir de mi, de vos, de nosotros, de todo. Romper de una vez con las costumbres, con las glorias encerradas en el placard, con tu desidia en los cajones, plegar tu indiferencia, doblarla minuciosamente, marcarle la raya con la plancha al olor a naftalina de tu pantalón desteñido, desarmarme en vos, guardar prolijamente mis brazos, mis manos, descamarme entera y plegar cuidadosamente mi piel, mis huellas dactilares, mis ojos con tu imagen gravada a fuego, mi nariz que sigue tu perfume como un perro de la calle, sacarme todo, perderme todo, guardar todo en una maleta y salir, con los huesos libres y el corazón perdido, dejar mi sexo que ya no sirve, plegar labio sobre labio, doblar mi clítoris y meterlo, prolijito, en el sobre de mosquitero de la maleta, perder mis pies, cansados de seguirte, perder mis tobillos gruesos y baratos, desarmarlos, plegarlos, guardarlos en el fondo del arcón, en algún rincón de la mochila, entre mi cerebro agotado de pensarte, de buscarle soluciones a esto que nos pasa, a este saberme menos tuya que nunca, a este rogarte que me mires desnuda cuando estamos solos, a esta agonía que trepa desde la garganta mientras tipeo maniáticamente y vos mirás un partido y no te percatás de las lágrimas que no puedo arrancarme, que no puedo empacar para irme sola, sin cuerpo, sin alma, sin vos que es lo mismo, esqueleto libre de tu presencia que me late, que me duele y me corre por las venas como un ciervo en llamas.

Azucenas en la arena

Siento tu mano grande sobre mi rostro como una bandada de cuervos, que tejen telarañas y caminos de hormigas sobre las células mismas de tu violencia, de mi desgracia, de esta sangre que se suelta a borbotones por el punto de fuga de tu acusarme en llamas. Ruedo por el suelo, y me siento una hoja de otoño, un papel en el aire, tan frágil, tan seca, tan muerta, quizás volarán así mis cenizas cuando termines tu tarea, cuando de una vez por todas no pueda perdonarte, no vuelva a creer que todo puede ser distinto. Tu zapato de cuero baila entre mis costillas como bailabas aquella noche que te elegí, que me prometiste el cielo, cuando todavía no había tanto abismo de sangre y ruido entre nosotros. Me gritás, y glorifico tu voz entre todas las voces que me han gritado en mi vida, glorifico tu voz fuerte y segura, cómo admiro esa seguridad, pienso mientras siento un dolor punzante entre los ojos, pienso mientras trago a sorbos este cóctel de mocos, sangre, lágrimas y angustia. Es casi bella la presión de tus dedos en mi ropa, cuando me mecés y siento la pared fría muy cerca de la nuca, una y otra vez, y cada vez más cerca, y son casi caricias, si uno se pone a pensarlo detenidamente, quién soy yo para evaluar tu forma de acariciar… Siento tu rodilla en mi vientre oscuro, siento el golpe discreto y exacto de tu rodilla perfecta contra mi pecho pequeño, seguís bailando conmigo, y eso es lo que importa, me seguís eligiendo a mí, a mí, pequeña mujerucha desgarbada y fea, entre las demás del baile, me seguís eligiendo a mí para bailar esta danza mística de gritos, golpes y sangre. Ahora este hilo carmín que se desliza desde la comisura, siento la boca hinchada pero sonrío, sonrío porque te detenés y me mirás, y sé que te parezco hermosa, sé que soy la única en el baile, sé que vas a romper a llorar, que vas a abrazarme, que vas a romperte en promesas. Sonrío y te abrazo, porque sé que hoy, por lo menos hoy, vas a volver a acunarme contra tu pecho.

Génesis.

Génesis.
 Nadabas, buceabas en una cálida placidez amniótica, yo no sabía quién eras, ni siquiera sabía bien quién era yo, había pequeños seres, diminutas amebas con las que jugabas como sonajeros, sacudiendo los paramecios y los ínfimos organismos unicelulares, de todos los colores que aún no se habían inventado con tus manitos mínimas, como peces que aleteaban llenos de vida. Tus peces luchaban por salir de una vez de tanto silencio de agua, de tanto mutimo absoluto, me contaste que hiciste tanta fuerza por gritar que se fragmentó la tierra, pobre pececito sin voz en un océano amniótico de continentes a la deriva, lleno de mundo en tus entrañas, lleno de palabras... Entonces no te acordás bien cómo fue que lo lograste, que saltaste como una ranita inquieta de tu mudez hermética, con la piel húmeda y un hambre terrible, pobre sapito brillante pugnando por inventar el lenguaje, luchando por crear el universo... De repente dijiste algo, al principio fue cmo un suspiro de serpiente, un suspiro larguísimo de tanto cuerpo escamoso, y festejaste tanto que la tierra se puso celosa, ella aún tan llena de silencio. Los volcanes rugieron y aullaron, para callar tu significado, todo se volvió grito, fuego y cenizas, pequeño pajarito con manos de pez, estabas asustado pero lleno de verdades y decidiste ponerte de pie, orogénicamente te elevaste y, sacudiendo la cabeza, decidiste mirar al sol a los ojos, por primera vez: te pareció tan hermoso, tan dorado y tibio, que quisiste llevartelo a todos lados, robándoselo a los dioses. Te castigó nuevamente la tierra, pobre hombrecito con el secreto del sol escondido en las piedras y en la madera, pobre hombrecito cuando comenzó el frío... Tanto hielo, como cristales azulinos sirviéndote de puentes gélidos para seguir descubriendo el mundo.
Despacito, casi sin buscarlo, volviste a tomar calor, de una vez y para siempre. Ahora, a veces tenés sueños extraños, quizás por la fiebre que te hierve las entrañas, alucinás animales inmensos o tórridas bandadas de golondrinas, manos que se unen y repúblicas de oro, barcos que tiñen de sangre el horizonte y masacres espantosas, señores con galera y pechera almidonada, soñás a veces con un puerto lleno de colores y un baile lleno de piernas, bombas que reinventan las islas y hombres de largas melenas con camisas de colores. Yo sé que te despertás sobresaltado cuando creés divisar, entre sueños, a una pequeña criatura con manos de pez que juega, ajena a todo, con paramecios de otras galaxias.

Bon apetit III

Es que así no se puede, me decís con un sol entre los ojos y un ligero tartamudeo que te delata ansioso. Así no se puede, me decís, me pedís que no sea menos tuya que de nadie, me hablás de historias de abuelos y de trajes con corbata, me dejás perpleja entre tanto palabrerío que los dos sabemos inútil y hasta un poco gracioso, sobre todo ese blablablá final, cuando me hago la derrotada y te prometo que voy a cambiar, que voy a abrir más mis puertas que mis piernas, que te voy a dejar acceder a algo más que al aroma a fresias que se desprende al abrir el segundo botón, que te voy a permitir bucear hondo en mis tinieblas, te digo, y los dos nos creemos que es cierto, aunque sea por un segundo los dos nos creemos que es cierto, que podría funcionar, sin escuchar lo de la unión de soledades y te invito a festejar porque no todos tienen este nivel de diálogo, mientras te saco las medias, y tiro suavemente de las piernas de tu pantalón raído, te prometo que te dejo, te digo respirándote en el oído, te prometo que te voy a contar mi historia, te prometo que vamos a caminar de la mano por veredas de muchos países, te juro por dios y la virgen que mañana te llamo, extrañándote, pero por favor, sacáte esa camisa escocesa que está tan sucia, una pena que esté tan sucia cuando tenés la piel tan perfumada y suave, una casa en las afueras, podríamos averiguar en alguna inmobiliaria, tenés razón, quizás por dueño directo, digo desatando un nudo de pantalón y ropa interior a la altura de tus tobillos, un perro grande, de pelo corto, probablemente un labrador, si estás de acuerdo, digo sintiéndote crecer entre mis manos, un colegio privado, para que sean bilingües, con lo importante que es hablar inglés en estos días, no podés besar así, por dios, no podés besarme así, casi que te grito suspirando, mañana te llamo, te prometo que mañana empezamos de nuevo...

Bon apetit II

Busco un argumento para no desnudarte, para perderme en distracciones obtusas lejos del mágico pliegue entre tu cuello y tu clavícula, hay un rincón maravilloso de tu camiseta que imita la forma de tu piel y tengo que hacer mil esfuerzos para no acercarme, mientras seguís hablando y te retorcés las manos, esas manos increíbles capaces de dios sabe qué cosas, me acomodo el pelo concentrándome en este mechón y en nada más, por dios, tengo que pensar en otra cosa, pienso mirando tu boca, te veo armar cada letra y me derrito en algún lugar entre tu lengua y tus dientes, dejo de escucharte y me rescato del abismo, y me obligo a comportarme, mientras asiento interesada en lo que sea que me estés diciendo, prendo un cigarrillo para poder bajar la mirada y salvarme de este rubor maldito que me quita la elegancia, para encontrarme de frente con tu pecho amplio cubierto por esa maldita camiseta, mirándote respirar y desapareciendo en cada una de tus exhalaciones, como suspiros, como jadeos, quién sabe, fumo una segunda pitada para recordarle a mis manos los buenos modales, mientras abro la ventana pasando por detrás de tu silla, sintiendo un aroma intenso y místico y se me aflojan las rodillas, te contesto una incoherencia y me tomo el mate, sonriéndole idiotamente a tu discurso.
- No nada me pasa. ¿Qué me estabas contando?

Costa Rica

COSTA RICA.
Porque te invito a pasear por la gloriosa tierra tropical que todo lo vive con una sonrisa, cuando la lengua se te entremezcla con la Imperial y en Costa Rica dicen "erre" de rat o red o rolling stone, sus bananas for sale de la exportacion y lo poquito que dejo la United Fruit se convirtio en institutos de español para extranjeros. Costa Rica sonrie moreno y grande, te habla de usted y se debate entre el fresco de cas o de piña cuando cae la tardecita, que en Costa Rica es siempre a las seis de la tarde. Costa Rica es simpatica y amable, risueña y, sobre todo, adaptable a cualquier invitado que tenga, porque Costa Rica es etnica y muticultural, nativa y gringa, mestiza, blanca, negra, china y ancestral.

Nicaragua

Nicaragua.
Entre la fiebre, el colera y los gritos,
en tus cielos quebrandose en tus lagos,
la hechiceria pura de tus ritos
vuelve maiz al hambre, y al sol, mago.
Y son los ojos negros de tus chicos
los que esconden la miseria en el hip hop
Elvis sufre con el alma hecha añicos:
el reggeton ha matado al rock and roll.
Los mercados pudriendose de moscas,
las vendedoras gritan histericas
en los bondis de la era de Sandino.
Entre el tiste, el cacao y las roscas,
amante infiel de las dos Americas,
¡de pie, Nicaragua, que es tu destino!
(ciudad de Granada, Nicaragua, 22/6/9)

Masaya (Nicaragua)

Masaya.
Masaya es una puta dolarizada
que vende sus hamacas al imperio
una boca grande que alimenta
al mas alla de atras del cementerio.
Masaya no es el mas aca de nada
sino la tierra fertil de Sandino
apurate que te corre la manada
que vende a tres cordobas el vino.
Masaya es un pueblito de artesanos,
de iglesias, vasijas y batidos.
Lastima como amante despechada
cuando la agarras fuerte de las manos,
el instante que te dura dos latidos
verla rendirse, desamasayada.

Granada (Nicaragua)

Granada.
Granada desgranada de hormigas, arañas, tejas y volcanes, cuando el lago Cocibolca se traga todo el sol en una caceria sanguinaria de rojos, naranjas y ocres sobre tus tejitas desprolijas. Granada se desgrana de historia, si cada calle hablara en Granada habria una bulla insostenible, milenaria, porque Granada se desgrana en años, y en siglos de hombre blanco en una caceria sanguinaria de culturas, de lenguas y de antojos. Granada se desgrana en olores, fetidos tras las puertas del mercado, edificio triste del que solo quedan sus despojos, casa de moscas y de hambre, aromas frescos de flores y tierra en su parque con banquitos y glorietas. Granada se desgrana de ruidos, coyotes aullando cambio cambio, gordas con carros gritando vendo aguacate y carros con parlantes electorales que bailan reggeton con las bocinas.
Granada se desgrana en cupulas, Granada se desgrana en adobe, colores y campanas.

Dragón domesticado.

Y es que este acontecerte, este buscarte, este perderle el miedo al almanaque, este palparte grande al otro lado del abismo, este mirarte encantar serpientes con tus ojos, es este transito, esta agonia que deglute despacio mi fulgor, este dragon domesticado pastando solo en la penumbra, este puma desafilado, este paramo verde sin palmeras, este morirme cuando no sale el sol, cuando la palabra se pierde, se esfuma mientras cazo mariposas con una red de sintagmas mientras busco en tus ojos la respuesta, en lugar de responderme en los mios, cuando las letras se suicidan desde una azotea son anis ni chocolate y las busco, pobrecitas, todas rotas contra la vereda, y las reparo minuciosamente con cinta adhesiva transparente, pero no es  lo mismo, porque en repararlas pierdo los dedos y el aliento, ciomo quien escala una montaña filosa y embrujada, y entonces deasnagro en el crater mismo de la encrucijada, del querer tantas veces lo mismo, me refugio en tu cuerpo sudado despues de la batalla, en tu lengua divina y en tu mirada clara, que me esconde un ratito de mi misma, de mi ansiedad clavada en la plena madrugada de tus noches tranquilas, de mis noches de buscarte despacito entre las sabanas, para que hagas esa magia milenaria que me saca de mi misma, que me envuelve en un lio de alaridos y frazadas, que me refugia de este panico al calendario, de esta cascada de pendientes en la agenda, de este perderse de soles tras las montañas.

Chau.

CHAU.

Y buscarte, como si nada,
perdido al otro lado de la almohada,
y pedirle a los santos evangelios,
que esta vez, por fin, me tomes en serio.
Y gritarte sin pena ni gloria
que no pierdas jamas la memoria
(de lo que alguna vez fuimos
de lo que, carajo, perdimos).
Que nos conocimos de casualidad
los dos pensabamos dejar de llorar
con el primer polvo feroz
mandar a la mierda la universidad
torcer mi destino con un miedo atroz
el culo del mundo me sentaba bien
si al lado tuyo no hay de que temer.
Anduvimos de gringos por el salar
en Humahuaca solamente fumar
nos abrazamos perdidos en Puerto Montt,
quisimos mirarle los ojos a Dios
en el coloso Aconcagua
Llegamos sin gran plan a Madrid
y caminamos sin prisa de la mano
por los misterios sinuosos de Bilbao.
Y no pudimos morir en el Pere Lachaise
por ir a llorarle la bronca a un tal Jim
cagados de risa en la riviere
du Seine, mon amour, a Paris.
Naufragos volvimos, seguro que distintos,
al cul-du-monde, again, en camion
que ganas negrito de re- creer
en la magia inaudita tras tu pantalon.

Beatle.

BEATLE.
Que no te falte el desengaño
y no te quedes sin coartada
y no te vuelvas el que apaño
y no te asuste la madrugada
tras las cortinas del rosario.
Que no te pierdan los calendarios
y no te aplasten las cirugias
y no te confundan las temporadas,
y no te endrogues con porquerias.
Que nunca te olvides de los Jaras,
de los Serrats, los Silvios, los Cheguevaras.
Y no desesperes de la emoción
viendo el apocalipsis por television.

Contraflor al resto.

Tampoco tiene que ver con nada que me mires así, tan derechito y triste, y menos que menos con los olvidos de las agendas y las varices del calendario, no tiene que ver con nada que me digas de vuelta, y siempre de vuelta y de ida y de vuelta, que esto no va a pasar mas, con tu sombra entre las manos, deslizandose entre los dedos, mirandome así, tan derechito y triste, como recien caido del nido, pajarito grande, pajaron chiquito, si sabes que ya no te creo y sin embargo seguimos barajando y aca te grito el vale cuatro, compadrita con dos cuatros y un seis, y vos me queres, si ya se que me queres, que me queres siempre, pero que tiene que ver con esto, decime que tiene que ver, por dios, golondrina pasajera, mi pequeño termotanque, que tiene que ver que me quieras el vale cuatro si no nos sirve de nada, retrasando la madurez inequívoca, inevitablemente vamos a tener que rendir cuentas, sabes, en algun momento vamos a pensar por que seguimos jugando durante tanto tiempo, quizas porque no habia otra cosa que hacer, esperando esta demora en esa salita pequeña y llena de telarañas, abri un poco la cortina, por lo menos, asi vemos el sol por un rato, aunque sea dame luz por un rato hasta de que de nuevo, y siempre así, de nuevo, pero te canto el vale cuatro y vos ahi, como si nada, si ya se que va a se la ultima y que si no taza taza, pero siempre quedo tan convencida, cada ultima vez que juramos quedo tan convencida, al final parece que el buen jugador de truco sos vos, tramposo y timador, es que ni siquiera te das cuenta de que no se quiere un vale cuatro con esas cartas de mierda, eso es lo peor de todo, y yo pienso pobrecito, no sabe jugar, sin darme cuenta de mis cuatros achacosos, de mi seis como viril entre tanta inutilidad, pobrecito que no sabe jugar, y me mira asi, tan derechito y triste, y yo aca parada con estre triciclo viejo, este pantalon raido, estas botitas de tierra, este ripio entre los huesos, esta ruta entre los ojos, esta soledad en el corpiño, esta voluntad inquebrantable de gritarte el vale cuatro, esta enfermiza necesidad insoportable de que me vuelvas a querer, de que me quieras de nuevo...

Bon apetit.

Y te escribo desde acá, con el último aliento de un epistolario delicioso y fatídico, con estas ganas ansiosas de tomarte de a sorbitos, de enroscarme en la noche misteriosa que te cubre, de sacarte la ropa y los girones de respuestas, estas ganas ansiosas de desvestirte uno a uno tus años de experiencia y volver a dejarte como a un chico, chiquito que no sabe lo que hace, y eso es lo que busco, que no sepamos lo que hacemos, que así se hace mucho más fácil, más liviano y es eso lo que quiero, que me flotes livianita hasta que no entienda nada, porque así se hace mucho más fácil, más genuino y fatal, y eso es lo que pido, que me mates despacito, que apenas te deslices por mi cuello y mis enigmas, hasta que no haga falta preguntarle nada a los cuerpos, porque así se hace más fácil, más intenso y eso es lo que reclamo, sentirte fuerte y sin absimos, porque así se vuelve deleite, delicia, caricia absurda que desanda por dentro, sin escalas, sin distancias, sin culpa...

La útima vez que te pensé.

Estoy acá, pensándote, prohibidamente pensándote, odiándome por pensarte, pensándote oscuro y ruin, con tu maldita sonrisa de puntos suspensivos, con tu maldita mirada azul y filosa, estoy acá pensándote, perdiendo tiempo en buscarte en el archivo demoníaco del recuerdo, tus palabras dietéticas, tus silencios indiferentes, estoy acá pensándote, furiosamente pensándote, un pelo rubio en la almohada, "sos joven, no tenés arrugas", un pozo profundo, malditamente pensándote, en vez de ocupar el tiempo en cosas útiles, como la agenda de mañana, las reservas de después, prohibidamente pensándote porque él me espera, y yo lo amo, y endiabladamente pensándote, maldiciendo tu recuerdo, unos pies grandes, y recién hecho el tatuaje, y te sorprendiste agarrandome el tobillo, el agua de una ducha demasiado pequeña, una caída inevitable, odiándome por pensarte, cuando ya eras un puntito en la memoria, nada más que eso, no sé si te soñé, si me pensaste vos a la distancia, odio este sentir que la conexión no se rompió, que en algún lugar de brasil te levantaste de mal humor, sarcásticamente de mal humor, mientras bebías lo que sea que se beba en Brasil, que me importa Brasil, odiándome por pensarte, malditos ojos de naranjú, de qué lindos ojos tiene el nene, seguro la quiosquera cuando comprabas naranjú y mirabas tele en blanco y negro, buscando como condenados una boina porque se te antojó la boina y al final no la conseguimos, qué me importa la boina, tus ojos, qué me importa, éramos un poco putos los dos, me parece, cada cual por su lado, y estabamos de acuerdo, y caminabamos separaditos, no sea cosa de entusiasmarnos, y ahora me toman de la mano, me besan hasta mañana, me cocinan, nos amamos y yo perdiendo el tiempo en pensarte, hay un fondo negro y un pecho lampiño, un hotel berreta y seguro que gramsci, seguro que gramsci, cummings, pound o proust, y yo con el proust a la altura del pecho, mirandote las muñecas, mirandome las mías, seguro que hechas mierda, dudosa y maldita tu ambigüedad, ahí van caminando, qué me importa, qué me importa saber que despertás en otro país, yo en otra latitud, vos tres mil para arriba, yo tres mil para abajo, y un cerramiento de acrílico, despertarme ahí por unos mates, cómo roncás, por dios, cómo roncás, y quién me manda a pensarte, malditamente pensarte, oscuramente pensarte, endiabladamente pensarte...

El 1 de la Spiegelgasse.

EL 1 DE LA  SPIEGELGASSE .
Romper las cáscaras de los semáforos contra superficies estrelladas (preferentemente barítonas), batir de uno a siete minutos (ni más, ni menos) en un recipiente plagado de espinas de maripolonias,  patas de azufre y calza 38. No olvidar agregar las córneas de parnofalias cuando la masa tome una consistencia azulverdosa. Girar tres veces el recipiente sobre su propio eje, cubriendo la abertura lateral con la mano izquierda y utilizar la izquierda libre para tomar la cuchatza rapera. Agregar dos nísperos, un Marco Polo y tres mingitorios autografiados, y dejar cocer a horno moderado. Retirar y servir afuera, a la sombra de las petunias.

Convivencia y costumbre III

Sentarse otra vez ante la angustia de la página en blanco, otra vez adolescente con las muñecas desmenuzadas de la infancia, con el interior hecho trizas, tizas perdidas de tiempos inmemoriales, ingenuidades escondidas entre la sangre que brota, inefable, entre la sangre que me recuerda viva, el fondo de tu placard y esta soledad narcótica. No sé a qué santo rezarle, cuando despacio se pierde mi llanto en la neblina, cuando despacio involuciono, hasta volver a abrasarme al otro lado de la almohada, hasta volver a ver mi lecho como una guarida y un refugio, ya no campo de batalla. Nada por lo que batallar, despacio se pierde tu sombra entre el reloj, las obligaciones pertinentes, los formularios de desecho, el papel higiénico inequívoco en el que trazo mis palotes encerrada en el baño, con la cara desfigurada y el rigor mortis de la angustia, y el palpitar intenso de la pena, y el suspiro irregular de esta sencilla sensación unos centímetros al norte de donde abruma tu ausencia. Me olvidé las pastillas en el cajón, la dignidad en el diccionario, la ansiedad en tus bolsillos, las llaves de mi casa no sé dónde... Estoy más tranquila, eso es lo peor... Que se me cansan las patadas de la rabia, se me agotan los puñetazos a la nada, el destapador haciendo tirabuzones en mi piel, en mi vacío, en mi cuantiosa adolescencia tardía. Hacía mucho tiempo que esto no pasaba, y lo que quedó de mí, ajado y roto, acá solo, aferrada a lo que quedó de vos, gastado y viejo.

Desencuentros.

Llegó y desplegó su presencia como un oleaje de mertiolate, como un sonido intermitente, un gotear confuso, un crepitar constante: era inevitable mirarlo. No era demasiado alto, ni demasiado fuerte, ni demasiado hermoso, no era eso... Era simplemente la perfección de sus rasgos, como si su estructura hubiera sido la original, aquella sobre la que nos basamos para opinar que X tiene los ojos muy grandes, o Y la boca demasiado pequeña. Era platónicamente exacto. Se sentó en la anteúltima mesa contando desde el cuadro de Quinquela (y no desde el pasillo oscuro de los baños, ni desde la esquina sucia de la máquina de café) y desplegó su misterio con el diario Clarín sobre la mesa. El sol entraba a borbotones por la ventana, la camarera mascaba con su chicle el tic tac de los segundos.
Yo buscaba patentes impares en el sol de la ventana, mientras masticaba sin ganas mi medialuna de manteca, bebiendo de a sorbos mi café quemado. Recuerdo que segundos antes de que entrara como una ráfaga de arroz, sentí un cosquilleo en las puntas de los dedos, como pequeños calambres simultáneos. Lo miré una vez más: parecía estar acostumbrado, irradiaba una paz absoluta, y acariciaba las páginas del diario con el entrecejo fruncido. Busqué alguna señal, algo más de información, un anillo, un maletín, un argumento para inventar su historia, para decir vive en un departamento pequeño con su esposa, trabaja de visitador médico en el laboratorio de enfrente, vive con su madre y le plancha las camisas con almidón... algo... pero parecía ser eso nada más: una estructura perfecta, sin detalles, armónico y ajeno.
Decidí pedirle fuego, acercarme, no habían pasado diez minutos y ya necesitaba escucharlo. Escondí mi encendedor y me acerqué con el cigarrillo en la mano. Le pedí fuego con franqueza, sintiéndome falsa. No fumo, me dijo, y de alguna manera, lo supe siempre. Volví a sentarme, terminé mi café, y me fui, sin volver a mirarlo.
Nunca volví a verlo, y qué hago con esta certeza...

Bien, gracias.

Aprendí del pecado en los recovecos de la vida, en los pliegues del pasado y en los zaguanes oscuros, entre las lunas de neón y el sórdido transitar urbano. Envidio a veces al sol de mediodía por su pureza y decisión, envidio a veces a la que fui, sin nostalgia y con deseo insolente.
Ya todo se encauzó, los ríos corren sin desbordes y sin diques en la memoria, y este look de princesita intelectual que se me descascara irremediablemente. Uso tacos, doy explicaciones y todas las noches abrazo al que amo, y reposo en su pecho. Crecí.
Pero esta pasión... este rojo furibundo que se agita impetuoso en los pasillos acádentro, el sabañón primoroso oculto debajo del corpiño, debajo de la piel... La verdad como un tumor invisible, como un misterio sin diagnóstico, este palpitar intenso que vuela entre meridianos y miradas ignotas. No es que no te ame, no... Más que a nada, y sin embargo...
Pero sube por la tráquea la certeza como un estornudo, sube inevitable ésta que nunca dejé de ser...
Sí, sí, todo de maravillas. Bien, gracias.

No me mientas

No me mientas. No me jures por diosylavirgen que ésta vez será la última. Soy joven, pero conozco de alcobas, de almohadas, conozco de memoria a los de tu especie, y más que de memoria te conozco a vos. Yo sé de tu piel incendiaria, de tus hábitos en la angustia, de tus vicios deliciosos, de la gloria inaudita de tu espalda, de los relojes que te mueven. Yo sé de tus metamiradas, de tus pseudosilencios, de la tristeza incompleta al otro lado del almanaque. Yo sé de tu instinto primitivo de autopreservación, de tu tire y empuje, de tu vacío de oficina en domingo o feriado, de cada escalón de tu escalera sin baranda. Yo sé de tu incertidumbre, de tu falta de proyectos, de tus veinticuatro inexpertos, de tu miedo irrefrenable a saber quién soy, quién fui. Yo sé del destino inequívoco de tus promesas, de tus esfuerzos part - time, de tu narcótico talento para emparchar los añicos... No me jures... No me mientas.

Pliegues.

El de la sábana húmeda después de la batalla, el de tu camisa colgada en la silla del escritorio, el del pantalón demasiado largo, el de cada una de tus cartas para caber en el sobre, los de nuestra ropa en el armario común, el de tu ingle tibia, el de mi entrecejo cuando vos no, no cualquier cosa, el del tiempo, cuando parece que hace tanto y no, cuando parece que hace nada y tampoco, el del espacio, también, cuando tan lejos y tan cerca, cuando tan cerca y tan lejos, nosotros mismos somos pliegues, dobleces, instersticios...

Humedad

Tarde llovida en el calafate, nubarrones grises atascados en la cumbre del  cerro como si fueran  sábanas arrugadas después del batallar contra el sueño, o algo así. Nada por aquí, nada por allá, el sonido del viento cuasi constante y una garúa imperceptible, de esa que te empaña los anteojos, una garúa porteña... Frío, sí, pero más que nada húmedo. Hacía muchos meses que no sentía la humedad en la piel, en el pelo como cablecitos enloquecidos, en la nuca, entre los hombros y los pechos... Hacía mucho que no me sentía tan en casa: así. los cerros, el viento, esta tierra recóndita de duendes y bosques, de estepas y cielos enormes y mudos. esta tierra de hielos, de aguas turquesas y heladas, de andes nevados a lo lejos, de aridez testaruda que batalla contra mis canteros de conejitos y alegrías del hogar, contra mi césped y mi nostalgia. así. la humedad entre los ojos, la humedad de mi ciudad, la memoria entre los dedos de los pies del asfalto mojado, de la baldosa floja, del paraguas haciendo contacto con todos los paraguas del mundo, con los techos del derrumbe, con el óxido de los caños y las ratas de las alcantarillas, con las viejas arrugadas en las puertas de los almacenes y las viejas estiradas en las puertas de los hipermercados, con los nenes afuera de la humedad y de la lluvia. Así. Hoy Calafate es sórdido y quizás uno de los duendes de mi jardín está paseando hoy por Alberdi, casi casi Avenida de la Plata...

Génesis

Sueña que sueña el peatón borracho acodado en la barra del bodegón, sueña que sueña un hombre, lo modela con sustancia gris y sus axones se reagrupan esbozando bracitos diminutos, piernitas diminutas, su materia gris se inmola y pasa a ser el cerebro pequeño del hombre que es soñado que es soñado. Sueña que sueña el peatón borracho y murmura entre dientes por otra copa, mientras su hígado deteriorado se rebela en contra de los manuales de anatomía y decide ser parte del hombre diminuto que es soñado que es soñado y no bebe, es abstemio y sano, y ya comienza a tener forma: dos brazos, dos piernas, un cerebro reagrupado, un híagado arruinado pero voluntarioso. El borracho comienza a balbucear dormido, quizás esté cantando, pero no estamos seguros. Y el hombre que es soñado que es soñado le roba la voz, para acunarle el reposo, para que no despierte de su sueño, porque sabe cómo son las cosas... Canta melodías milenarias y anestésicas, el hombre que es soñado que es soñado mientras le arranca de cuajo los pulmones, las vísceras, los riñones, y se las coloca en el lugar correspondiente. El hombre que sueña que sueña comienza a sentir una molestia, y sale a la duermevela sintiéndose extraño, mientras el hombre que es soñado que es soñado sufre de una agónica desesperación: sabe cómo son las cosas. Sabe que el hombre que sueña que sueña no puede despertarse. Sólo le resta apropiarse el corazón, arrebatarle la bomba que le dará independencia, que sumirá al hombre que sueña que sueña en un sueño perpetuo. El hombre que sueña que sueña bebe dormido caña Legui con un sorbete rayado, y se le derrama por los labios. El hombre que sueña que sueña vuelve a dormirse profundamente...

Casi no sintió el desgarro...

Lo Importante

Sí, y para qué voy a mentirte, te digo mientras el sol te da de refilón en los hombros y en las caderas, hay una admiración confesa por tu praxis hiperactiva y tu pragmatismo frente a los hechos. Cuando hay baile, bailás, y cuando las papas arden, salís corriendo como condenado para buscar con qué sacarlas. Me maravilla, no te lo niego. Me maravilla desde este compendio de teorías y teoremas que me condensa las neuronas, desde este amor a toda prueba por Nietzseche y Shopenhauer, desde este latir de los tel quel , de las calles parisinas del exilio del poeta, desde Wells y Kubrick... A veces pienso que no sé para qué tanta palabra si al fin de cuentas vos sabés conducir, cambiar foquitos y cortar el pasto, mientras yo te hablo de las teorías lacanianas y no podés creer que realmente confíe en el psicoanálisis ("¿estás loca, vos? ¿yo a mi vieja?"), mientras te miro cambiar la cortina del baño que se me cayó al demonio en un estrépito de jabón, gritos y adrenalina. Estoy desnuda, con toalla apenas, mirándome los moretones (este azul verdoso, aquel tirando a violeta pardusco), y te cuento lo que pensaba en ese momento: la ética kanteana no respeta a los homosexuales. Asentís mirando el caño, que a esta altura ya vuelve a parecer un caño de cortina y no una chatarra torcida y mojada, y yo te veo desde lejos y creo que sos un héroe. No por el cambio del caño (aunque sí, un poco sí) sino porque ante mi grito de mármol entre los omóplatos acudiste con tu jean sucio y tu remera vieja, a rescatarme. "Sos mi héroe", te digo, me río, y me cuelgo con la concepción homérica de la predestinación, y ahora a la tragedia, mientras me envolvés en la toalla y me mirás clarito y me preguntás si duele mucho. Sí, duele, te digo, lejos de los catedráticos y a dos milímetros de tu nariz. Eso te quería decir. Eso nomás.

Convivencia y costumbre II

Erótica 1.
Bucear hondo en la tranquilidad de la montaña, acostumbrarme sin buscarlo a tus dedos acalambrados de costumbre, disfrutar desde lo tierno y lo normal soñando, de noche y a oscuras, con amantes impetuosos, con arremetidas feroces de los que nunca quisieron amarme...
Es un error de concepto: el amor no es fuego, sino cálida compañía. Harta de la tibieza y del dulce anidar de tus manos en mi cuerpo, cada tanto y con delicadeza enfermiza, anhelo entre sueños más violencia en tus caricias, a contranatura me entrego, sabiendo con certeza rígida de mi escencia de rea, de mi historia de fuego, de mi pasado de puta. ¿Cómo pedirte más, si tu dulzura me conmueve hasta las lágrimas? Inevitable reposo, inevitable porque te amo, instatisfecha, te amo y sin embargo...

Desde el abismo.

DESDE EL ABISMO.
Seguir pensando día y noche en esta tibieza tediosa de algodón sin asperezas, aletargar al apuro con alplazolán sin chocolate, amarte desde el alma pretendiendo no escuchar el fuego que me galopa por las venas, la certeza del rechazo, el desprecio por mi sed y la tristeza profunda de tu indiferencia frente a este cuerpo que grita por los poros el deseo... Deseo de vos, pero más fuerte aún el deseo de ser deseada, de importarte, de no buscarte siempre... Una tristeza honda me atraviesa el cuerpo de potranca vieja, un enojo monumental me desgana el galope cuando no puedo rechazarte y sólo vos regulás mi hambre y mi sed, cuando pasan las horas y sigo desnuda, esperando tu sueño, tu cansancio y tu desazón... Ambivalencia del destino, ya no me desnudo como antes, no para que me rechaces, ya no me desnudo franca, vivaz, alegre, tuya... me voy yendo despacio, cubiriendo mis verdades sabiendo que nos vas a resolverlas, sabiendo que ya no vale la pena, que no vas a cuidarme y ayudarme a contar estrellas en la bahía, sabiendo que ahora que soy tuya soy menos tuya que nunca, porque sufro tu indiferencia como una daga profunda, porque evito pensarte para evitar el dolor...
Me acuerdo del ardor, de los dedos y las manos, me acuerdo de atardecer en tu pecho y del apuro por besarte, me acuerdo y me remuevo en este mutismo sereno y oscuro, en saber que nos vamos perdiendo y estoy vieja y cansada de pelear...
Tendríamos que haber podido....

Convivencia y costumbre I

Y releo las cartas viejas y se me contagia la nostalgia con el optimismo, saboreo en cada letra dibujada a la distancia pensando en la costumbre insolente que nos maldijo con la proximidad. Me llegan desde lejos manantiales que fluyen en un cañadón montañoso, despertar de noche buscando abrazarte, semidormida, el cálido abrazo de todas las mañanas antes de despertarnos, dichosos de tenernos, pasar horas en la cama acariciándonos sin intención, con el corazón y el cuerpo en calma... Eras brillante, luminoso, con la sonrisa ancha y un nido de aguas danzantes en la boca, boca que sabía besar sin cansacio, sin molestia, sin apuro... Eras un besador supremo, un amante insaciable y un compañero alegre y enamorado... Yo era tuya, sin silencios, sin lágrimas, sin espacios de oscura insatisfacción. Éramos una pareja feliz... ¿Qué nos hizo el tiempo? Descuidamos el premio de tenernos, calmamos la ansiedad de las distancias, olvidamos que las personas nunca se terminan de conocer y nos dimos por descubiertos...
No sé si recuperaremos alguna vez el paraíso que descuidamos, mordiendo la manzana podrida de la costumbre...
Ojalá.
(hasta cuando vos quieras...)
CRÓNICA DE MIS AMANTES IMPOSIBLES.
Tratado contemporáneo del amor.

Y releo de nuevo las vísceras de la historia, y paseamos juntos de la mano por algún lugar de la costa, el sol nos devela criaturas inexpertas, las manos entrelazadas por un cordón impasible y no sos el chico del último banco que me enloqueció durante la primaria, la primaria quedó atrás hace unos días, con vestido, brindis y todo, pero sos otro mucho más grande, y con eso basta, yo tengo doce, acumulo los años en una lata porque me aterra que se me escapen, a veces te miento y parezco más grande, estas curvas insolentes,  pero al final no, simplemente no porque todavía no quiero, pero eso viene más tarde porque todavía falta el cantero, la luna y tu beso, un beso horrible, húmedo, ambarino, pero me tiemblan las manos y la panza se me contrae con espasmos insalubres, y seguimos de la mano, sin mirarnos, y vos tenés catorce, ya sos todo un hombre y temblás también, me decís que fue el primero, yo te miento y me creés con admiración, salimos del cantero, caminando de la mano. Ya soy grande. Ya soy grande, te digo con los ojos, sin decírtelo del todo, porque tampoco es cuestión de que me entiendas. Ya soy grande. Y después tomamos la leche y comemos vainillas con helado de dulce de leche frigor, y un día tu mamá no nos prepara la leche, porque una reunión, yo tengo doce, ya soy grande, y revuelvo la chocolatada con efervescencia, hoy tu mamá no está porque una reunión, decís, ya soy grande. Y me acariciás donde no me gusta y te digo que no, que no porque no soy grande, y signás mi historia con un golpe, o varios, y salgo corriendo aterrada. Ahora sí soy grande, ahora sí me hice grande, pienso, o capaz que no me doy cuenta en realidad, capaz que todavía no me di cuenta. Y llego aterrada, y no duermo muchas noches, y no vuelvo a tomar nunca más la chocolatada, me lo prometo porque me da arcadas, porque no puedo olerla sin oler la náusea, entonces para qué... y no quiero saber nada, y desconfío un poco de todos, y beso para aprender, y un día tengo trece, y me subo al ascensor y del sexto al diecisiete decido que me quiero casar con vos, que quiero esos ojos grises en mi historia y no me queda otra, todavía no me miraste y ya hasta tenés un poco de barba, y te invito o me invitás y el sábado te beso yo antes de que te arrepientas, antes de que me mires de cerca, porque este cuerpo que todavía no se decide y me hace estas cosas imposibles, creo que te sorpendo porque tan chiquita y ya, pero te gusta, y nos besamos sin parar, porque vos también sos chiquito, aunque recién cumpliste la mayoría, y tampoco habías besado tanto, y me llevás a pasear con el auto, vos sí que sos un caballero, pienso mientras mastico sin saber una planta de rúcula con rouge.. Y jugamos a besarnos durante seis meses, y te amo, ya lo digo sin vergüenza, y me llevás a un hotel de estrellas porque te amo, me amás, con vos sí quiero, con vos me dejo acariciar, y casi no lo siento, y me estremece un poco, y me da pudor verte así, ahora soy un universo que te contiene, una llaga abierta sin sangre, yo no gozo pero lloro, despacito para que no te des cuenta, lloro porque me doy cuenta que cerré una puerta grande y nunca más voy a ser chiquita, ya soy mujer, soy mujer con todos los poros, huelo a mujer, lloro como mujer, callada y serena, lloro sin saber bien por qué, pero no puedo parar, y te das cuenta porque me mirás y vos también estás llorando, te amo, te amo, y qué lindo saber de las diferencias, pienso luego mientras me miro en el espejo y es apenas una molestia, ni siquiera dolor. Tenés los ojos grises, a veces verdosos, pero casi siempre plomizos, gris ratón, tocás el violín y te vestís de negro, pero se te nota de lejos el deporte en la espalda, en las piernas y en el gesto, nariz apenas, ojos grandes, camaleones del día plantados con soberbia en plena cara. Y pasa un año, entero, y me decís que te vas, que las manzanas y el trabajo de tus papás, que te vas, me decís que te vas en una semana, y llorás por todo el cuerpo, y lloro con vos y hoy tenés los ojos más grises que nunca, y creo que ahí empieza la historia, creo que ahí me termino de morir ingenua y desde ahí soy yo. Desencantadas pero curiosas, nos hacemos amigas al borde de la locura, yo ahora tengo catorce, vos ahora tenés diecinueve, me enseñás a jugar a la payana insistentemente y no me sale, me desespera, nos escapamos envueltas en humos nuevos y nos reímos de todo, y después compramos pionono y medio kilo de dulce de leche a las carcajadas, y sos campeona mundial de ta te ti, querés ser actriz, estudiás teatro hace años y ahora soñás con el conservatorio, tus compañeros están locos, pero siempre nos consiguen risas y un día me contás, al pasar, que te gustan las chicas, que lo piense, que me fije, pero en realidad antes me das un beso y me dejás patas para arriba, y no entiendo nada pero no quiero dejar de verte, tengo el corazón roto hace tan poquito y no quiero ser nunca más el universo, no puedo cargar con semejante responsabilidad, te digo, y te beso más fuerte y en realidad no es ni un poco distinto, las lenguas son iguales, y me gusta besarte y así empiezo a averiguar sobre mi propio cuerpo, a costa de averiguar sobre el tuyo y el nuestro, nos reímos a los gritos en las hamacas de martínez, y te brilla el pelo rojo como el demonio, y vamos al teatro y lloramos sin parar, y nos tentamos cuando nos miramos fijo. Pero tan ratito, tan un tiempito nomás, porque no me alcanza, y qué pena, pero no me enamoro y te quiero tanto, Tini, Agustina gallina, tini colorada, no querés ser mi hermana mayor y no nos vemos más, porque esas cosas no se hacen y me lavo la boca con agua y jabón, tres ave marías y cuánto te extraño, tini, pero un ratito, porque ya soy grande, tengo quince y seguro que me gustan los hombres, seguro porque sino Tini, princesa. Y parece mi papá. Pero en realidad es más viejo. La cara arrugada pero la piel se me prende fuego, sé que le gusto, sé que puedo ser mujer, puedo seducirlo y qué rico se siente,  lo provoco sin parar, pobre viejo, me siento en su falda sintiendo la erección y me encanta, y no dejo de enloquecerlo cuando papá va a buscar las fotos de la costa, y papá y juan carlos toman vino y se ríen y papá se va a buscar hielo a la cocina y le rozo la pierna con la mía, y lo termino venciendo, pobre, y nos vamos juntos, juan carlos, y me da un poco de risa su panza floja, pero tiene un algo de periodista concentrado, una mirada grande y amarilla y el pelo canoso a la altura de la nuca, recortado sin prolijidad, la barba entrecana y dos divorcios, y yo... yo tengo quince. Me sorprende su prestancia, su delicadeza y su respeto, no quiero que me respetes acá, acá no, pero no puedo creer tu talento, y tenés la delicadeza de preguntarme, de investigarme y nunca me habían tratado así, y quiero volver a verte. Terminamos en un escándalo y sos un depravado, y yo me relamo tus últimas gotas de sudor mientras vos me mirás, culposo, no te culpes, juan carlos, siempre fui yo, yo solita con mis quince. Te redimo. Y después aprendo con cualquiera, ahora soy bien puta, y tengo quince, tengo que estar lista para cuando llegue, porque me conviene, y soy una diva, aprendo, y me río, en el colegio me hablan de la virginidad, es el tema del año, y necesito seguir buscando, cállense todos, y no me enamoro más, el tato con sus aspiraciones de circo y su monociclo, quién hubiera dicho que ibas a terminar siendo más diva que yo, ricardo con su marianita de ocho añitos, como mi hermana menor, un bahiano cobrizo y moreno, con los tambores y el ritmo en las venas, latiéndole fuerte, bahiano enorme y un solo olor a fruta madura, un solo sabor rancio y adictivo,  y un gesto como de niño que se somete al orgasmo. Sigo con un beso rápido en el subte, un encuentro clandestino con mi sangre, y qué ricas las manos de la desidia de otro depravado sobre mi pecho, depravada yo, entonces, un banco del cabildo, y miles de anonimatos y oscuridades, salir a pasear con criterio: músicos, poetas, actores. Y luego vos. Vos me enseñaste todo lo que sé sobre violencia, sadismo y manipulación. Creo que terminamos juntos porque necesitábamos un límite. Me hablabas de políticas anacrónicas mientras me enseñabas a descubrir mi umbral: entre el dolor y el placer hay un paso, y no existe uno sin el otro. La ampollita en la boca. Y tenés razón, cuánta... y aprendo las tácticas del desmayo y dejo de comer, porque quiero que me quieras, y me potenciás los vicios mientras te perdés con la cocaína y tus fantasmas, tu pasado me asusta, pero prefiero no entrevistarte, me dejo hacer y te digo que te amo, me das miedo, pero me gusta, vivo al borde del asesinato y del suicidio, y sigo fumando a tus espaldas, hace diez días que no como, me siento mal, pero ya se me marcan los huesos de la cadera, filosos y soy larga y flaca, finalmente flaca, ahora te gusto, pero me siento mal y no me importa. Sufro tu desconfianza y me obsesiono con tu obsesión, aprendo de la sumisión y apago la mirada, te amo, me callo, para qué hablarte de otra cosa, para qué distraerte, Napoleón, déspota, tirano, te amo, te amo. Sí, seré la madre sumisa de tus hijos, lo que pienso no vale, menos lo que digo, me callo, me callo, me desmayo y no como, vivo pendiente, obsesionada, fumo sin parar, hace dos meses que no menstrúo pero seguramente es el ayuno, cuánta sangre, por dios, cuánta sangre. Pero nunca te enteraste y lloré sola, sin lágrimas, para adentro, pendiente, qué estarás haciendo, con quién estoy, soy tuya, tuya, esclava y sumisa, me callo. No puedo dejarte, ya sos piel y huesos, desnutrido y adicto, cada vez el rostro más marmóreo y los ojos más lejos, dos ojos negros y grandes, opacos, usas ufo button de calce medio, tenés un tatuaje en el brazo óseo, como de un niño, una lengua stone que se te estiró porque tenías quince y ahora veinte, si a los veinte parecés de quince a los quince qué, te pregunto pero no me sale, porque me callo, mi vida, mi rey, mi amo, me callo, deambulamos por todos los hoteles alojamiento que me faltaba conocer, ya los ubico por zonas, siempre estoy gorda, siempre podría ser mejor, y te acaricio la espalda obsesionada, y dormís después de hacer el amor, dormís como un bebé y se te antoja algo dulce, un alfajor, pedíle un alfajor al conserje, y te lo regalo, porque ya no podés ni trabajar, miráte como estás, y no te doy plata porque la merca, la merca te vuelve loco, y no puedo dejarte, y planeo estratagemas sin parar para abandonarte de una bendita vez y no puedo, te amo, te digo, me callo. Me enseñás de lazos,  me quemás las entrañas, me degustás con helado, y vos sos todo, y por qué te voy a negar los placeres del pecado, si vos mismo sos dios y juez. Termino gritándote por teléfono, te odio, y recién ahora me doy cuenta que te amé en la misma medida con la que te odié, te odié siempre, devolvéme el himen de la consciencia, termino gritándote por teléfono porque no me animo a verte, porque me vas a matar, me vas a matar porque te gusta jugar con mi cuello y con mi ayuno, me vas a matar, y me perseguís en silencio durante meses, vivo aterrorizada pero tus ojos casi me convencen, amo y odio este límite que me imponés, esta cornisa sinuosa que me tendés con los brazos en guardia. Dos meses de limpieza, de purificación, salgo esa noche y termino en una fiesta de Clarín, un periodísta de espectáculos bizarro y babasónico, que deforma el puro hueso de mi angustia contra una pared fría y condensada de sudor, me perforo el ombligo y como de nuevo, una cerveza helada, alivio al fin en la garganta y grito mirando al cielo en las vías de Colpayo, grito con ganas y a la semana te olvidé, lástima que estés en cada esquina, pantera al acecho, presa tiernita, qué miedo. Y al poco tiempo ese profesor que me carcomió los sesos en el benemérito colegio, y trocamos los roles y pasaste de ser profesor ilustrado a alumno aplicado de mis rincones, una casita diminuta, con escaleras cómodas para las palmas de mis manos, tableros de dibujo y una pipa pequeña y ridícula. Y después tu contrabajo y desconocerte, amigo, en la oscuridad, demasiado tiempo alcoyana alcoyana y aprendo el círculo de cuartas, a leer en clave de fa y las estructuras rítmicas, nos quedamos los domingos en la casa de papá haciendo el amor sin parar, al final nos terminamos queriendo como hermanos, pero por lo pronto sigo yendo todos los lunes a trabajar sin dormir y con tu olor impregnado en la bombacha, ay dana, qué decís, qué decís. Y después, cómo olvidarte, nos une un vínculo más allá de las estrellas, destinados a querernos sin querer estar juntos nunca, porque sino se materializaría el tedio, más lindo saber que existimos, que nos queremos, nomás, y hay tanto calor que rebalsa, qué lindo era olerte cuando estabas cerca, vos sos rubio y tenés los ojos muy azules, dedicaste tu vida al estudio de los mitos de los antiguos, lo primero que me preguntaste cuando nos conocimos fue si creía en dios. Te dije que no, y vos me dijiste que tampoco, pero que creías en lo sagrado. El sol te daba de pleno en los ojos, estabamos caminando rumbo a la parada del 86 yendo a mi facultad, trabajabas enfrente y nos saludábamos en el ascensor todas las mañanas y las tardes, y ese día te dije que era el último, y me acompañaste a la parada y al final nunca fui a cursar, nos quedamos tomando cerveza helada sin dejar de besarnos, de mirarnos, te dije no soy una chica fácil sólo para probarte y no quise ir a tu casa, ojalá me llames, la próxima voy pero eso no te lo dije, el miércoles fuimos al festival de cine independiente y hablamos del concepto de verdad, nos peleamos y nos amigamos y tenías la barba larga y los rulos alborotados pero al ras y esa vez sí a tu casa, hicimos el amor sorprendidos de lo adaptable que era el otro a nuestros caprichos, terminamos exhaustos pero tengo dieciocho y me tengo que ir a casa, chau, gringo, adiós bombón y sabía que no ibas a llamarme, pero nos seguimos viendo hasta que te fuiste a río, de amigo a amante y amante siempre, hasta brasil. Amaba tu casa delirante albergue de jóvenes extranjeros estudiantes, amaba sus cortinas verdes pintadas en las paredes, tus plantas de marihuana, tu biblioteca y tu cocina forrada en cartón corrugado, amaba tu dudosa ambigüedad, tu ignorancia sobre la mía, no dejé de quererte durante Juan, el virgen más poeta de mi historia, dulce enamorarse de mí y yo para entonces ya era mala, mala y pobre juan, con su guitarra, sus poemas, su amarme en silencio mientras yo no dejaba de faltarle el respeto, pobre juan, dulce juan, y esta sensación como de deberte algo, como de no haber podido responderte, me ofrecías tanto cielo, tanta estrella de colores y yo no pude quererte, tierno mirar de perro grande, tierna torpeza al desabrocharme, y luego la convivencia, vivo solo, y tu casa queda tan lejos, y despacio fui poblando esa casa de abuelas de peluches, tacones y libros. Una suegra insoportable, un suegro dominado, un juego de toallas con dos D bordadas con hilo verde oliva, un sueño común: bolivia. Zapatero a tus zapatos, me hechizó de tu aire de chacarera, tu guitarra hábil, tu violín, tu bombo legüero y tus piernas largas, comunista empedernido, vegetariano y no fumador. Todos los miércoles me pasabas a buscar por el bar y corríamos a la cartelera, a ver películas de Wells y Fritz Lang, comíamos pizza en la barra del güerrín, y hacíamos el amor con puntillismo, siempre fui yo la que te busqué, nos conocimos en el subte, de tanto mirarnos, compartimos el recital de silvio sin saber que estabamos tan cerca, nos encantaba ir a leer a balzac al tanque de la terraza y moríamos de risa con rabelais y su problema con la escatología y pantagruel. Siempre exacto, puntual, suave, músico libriano muerto de miedo por la música atonal, ojos castaños de zamba y rulitos diminutos, me rebota la mano en los rulitos, la barba a tijera y las patillas con la navaja que te regaló tu viejo, pobre tu viejo, qué insoportable tu mamá. No me diste tiempo a enamorarme, sin embargo: los treinta te cayeron de arriba, te diste cuenta de lo poco que eras y te agarró el patatús, me cagaste con una nena de quince años y yo me emborraché tanto que ni me acuerdo, desperté con tincho, los dos desnudos en la casa de mamá y no lo podíamos creer, si somos amigos, y por qué no reírnos un poco, por qué no... otro fernet entonces. No me doliste casi nada, pero me empujaste acá, al culo del mundo, (por Andesmar y el comandante de abordo y la marca de la puerta del baño ahí donde no se ve) donde conocí al ojos de gato que me acarició como ninguno, ojos de gato y camioneta destartalada, me traías chocolates y fumabamos como brutos, pasé cinco meses respirándote en la nuca y diciendote barbaridades, y vos sin escucharlas desde la timidez y el respeto provinciano. Te conocí recién llegado de laburar, exhalabas una virilidad suprema, engrasado hasta el tuétano, mameluco y espalda grande, brazos marcados y ojos de gato, fuimos al lago (yo iba en la caja de la F100 verde y abollada) y todavía te acordás de lo que tenía puesto. No pude evitar violarte con la mirada, igual siempre me decís que no te diste cuenta, pajarito, qué ganas de arrinconarte y cortarte el aliento, obrero engrasado, sudor, hombre, hombre... tenías barba de unos días, una semilla en la nuez y ojos de gato, del Paraná que fluye, de depredador dulce. Después nos conocimos, nos extrañabamos sin buscarlo, culo y calzón en la chata con el perro insoportable, dale que te dale al ladrido y nosotros con divididos a más no poder, a veces luca y la rubia tarada, no sé cuando fue que me enamoré de vos, pero tardaste tanto en tocarme, por dios, cuánto tardaste... Igual me entretuve: un semiólogo brasilero me habló de Pierce y el triángulo semiótico en un auto alquilado en el paseo costero, mientras me curaba el insomnio con caricias decadentes, un hippie mamarracho con el que nos tomamos nueve jarras enormes de cerveza helada, y no me quise ir de su casa porque hacía tanto frío y yo en carpa, y él hornallas por las que dejaba salir el sol, otra cebecita sucia rastafari talentoso del macramé, un torbellino alemán dentro del horario laboral, y se me enamoró un camarero galleguense casado con el que nunca me unió nada más que una simpatía profunda, y me dijo que dejaba todo por mí... “es como si toda tu vida hubieras andando en un renault doce y de repente se te aparece una coupé fuego, vamonos, negra, vamonos” menos mal que no, pobre... tantos... era de noche, estaba fresco, volvíamos del bar con el alcohol y la marihuana, dementes, felices, no sé de qué nos estabamos riendo cuando me soltás un beso en la cara y apenas podíamos mantenernos en pie, y no estuvimos juntos porque no habíamos previsto, pero nos aprendimos de memoria, los vidrios de la ford cómplice empañados hasta el hartazgo y el lago pudoroso y voyeurista, empezar a encariñarse fue cuestión de días, en realidad ya te quería desde antes, culo y calzón, creo que nos encontramos dos veces más (y no puedo, porque no puedo, olvidarme de la desesperación de tu boca con nostalgia, ahora que somos uno hace tanto y tenemos tiempo para todo), amaneciendo en la chata verde, robándonos besos y escapándonos de la gente. Te amo, te amo, pero todavía no lo dije, aunque creo que ya estaba, vos a cuatro mil kilómetros y yo con la certeza, salí volando por LADE, lloré todo el camino, me llevaste al aeropuerto mientras te daba palitos salados en la boca porque estabas manejando, comiendote la cabeza, de paso, me bajé semidormida en el aeropuerto de comodoro y justo agarré un bondi a esquel, ahí traté de olvidarte como pude, ahí Nez el iraní y el haschís con cerveza bolsón, ahí el tanguero guitarrista y un trío maravilloso y promiscuo, en una pensionucha de mala muerte de bariloche, las hormonas, la locura, me tatúo el tobillo y me marco, porque me marco, y te evoco en cada sombra, te espero, y me odio por haberme quedado prendida de los ojos de gato, pajarito, principito ferretero obrero gasista plomero ahora chofer, cuatro mil kilómetros, pienso espantada hormiguita mochilera por la cordillera patagónica, mientras me hundo en un abrazo que no me importa, ahora camino por buenos aires, y te miro en las fotos, y te extraño, maldita sea, y llega una carta con tu nombre y la abro temblando, me querés, me extrañás, te llamo, venite, me voy, aeropuerto, hotel, nunca habíamos estado en una cama, ojos de gato, pero no se notó, te amo, por dios, esta vez sí. Otra vez al lago, noviembre fresco en los confines de la tierra, vivimos juntos y nos amamos tanto, y de vuelta el invierno en buenos aires, un invierno sin nostalgia y el viento en mar del plata, fumar cogollitos verdes que apenas encendían en la escollera y partir al norte, a bolivia al fin. Terminamos combatiendo codo a codo con la distancia, y aquí estamos, lejos de todo menos de nosotros, cada tanto entusiasmados  y cada tanto aburridos, como funcionan estas cosas, echando de menos algunas veces la desesperación.
Sin renegar de mi pasado, pretendo hoy rendirles a cada uno de ellos un homenaje, avivar el sepia para combatir la nostalgia, no hay mejor arma contra la melancolía que apuntar duro con el presente, no hay mejor golpe contra la distancia que seguir viviendo con pasión.

Dana.

Autobiografía de una Cocorita.

Busco contarte quien soy como para que lo entiendas, porque a veces sos chiquito a pesar de tus años, a veces sos caprichoso y cruel, y yo quiero que sepas de que se trata. Soy una pelela amarilla, que tenía un no se qué como de patito cachorro, soy una bañadera rosada en la que ahora no me caben las manos y solía caber yo misma, entera, soy un pañal descartable, una constancia de vacunación con la cara de condorito, soy unas letras plásticas que enseñan a leer y la valijita rosada de Juliana Maestra. Soy un libro de seis páginas rígidas con historias de ratoncitos, un cucharón de aluminio, un vaso plegable con toddy con leche, una mochila de jean con el escudo dorado de un colegio inglés. Soy la fe ciega y más pura de los niños, soy papá noel, los reyes magos y el ratón pérez, soy las medias azules hasta las rodillas, la carita feliz en pronunciación, los discursos para el día del maestro, soy la contralto del fondo del coro infantil, el último banco perpetuo, el vestido violeta y la graduación. Soy hormiguita en un acto académico, soy el cascote que impacta contra las empresas imperialistas, la dialéctica y la palabra, me vuelvo poesía de resistencia, panfleto rojo en la puerta de sociales, soy maestra y alfabetizadora, luego soy un himen que se rompe, soy la gota de sudor de otro cuerpo, y sigo siendo chiquita, sin querer, me vuelvo compañera de alguien, me deshojo en el dolor y soy un corazón amarillo margarita sin carcaza, hasta que me vuelvo superficie rugosa de tanto estar al aire, de tanto corazón al aire, soy curvas a pesar de mí, soy pudor, soy vergüenza, soy teatro y me libero, soy el colectivo treinta y seis que va a romperse a la escollera de otra violencia, soy bohemia, escribo y me vuelvo cada letra, y me vuelvo cada palabra, cada párrafo, sin perder la unidad en una magia dogmática, soy fotógrafa, saxofonista, soy aguinaldo, ahora, agenda, estudiante universitaria, soy cada mechón de mi pelo rebotando con los escalones de la facultad contra mi espalda baja, soy dos oídos enormes que se abren para escuchar la misma sarta de pelotudeces que me siguen conmoviendo, que me siguen seduciendo, porque todavía soy pelela, todavía bañera rosa, todavía pañal descartable...

En Jujuy.

PURMAMARCA
Y el viento le surcaba las arrugas de sal y arena en el pequeño gran rincón del mundo. Y ella enhebraba las agujas del telar destartalado, y sus manos ásperas acariciaban los tapices apilados aun lado con orgullo de madre y la resignación de quien se sabe vencida. No soñaba demasiado, no conocía historias para creerse protagonistas, se sumía a los vaivenes del sentido común, sabía que era ése su lugar y no otro. Miró por la ventana sin vidrios y reconoció a lo lejos los siete colores del Gran Cerro, los azules, los ocres y los terracotas de los que lo rodeaban, el horizonte zigzagueante e indeciso, el cielo destellante y el sol abrasador calentando la tierra hasta resquebrajarla. Reconoció a Inti haciéndole el amor a la Pacha Mama, que negaba su fertilidad en una burla de pastos ralos y espinosos. Comenzó a tejer, muy despacio. Murmuraba un carnavalito anacrónico, una melodía alegre y despreocupada, y sonreía sin dientes y con la mirada diáfana. El chuño de coca ampliaba su mejilla y le daba una apariencia desfigurada a su rostro… Siguió tejiendo, con la parsimonia de quien maneja tiempos cósmicos y no se preocupa en entenderlos… El tapiz ya tomaba forma, ya comenzaban a dibujarse las primeras líneas y los primeros colores, vivos y profundos. Ahora balbuceaba una copla milenaria, y sus ojos rasgados sentían cada palabra que vibraba en su garganta, cada letra de esa copla que le había enseñado su abuela, que la había aprendido de la suya.
Se secó el sudor de la frente y debajo de los ojos, y contempló orgullosa el tapiz: una anciana de un pueblo de cerros de colores, en una casa de adobe con una ventana sin vidrios, con el rostro arrugado y los ojos rasgados, siendo observada y calcada por otra anciana que tejía.

A-B-C-D...

" – Aproximadamente blando – " carcajeó Dionisio entrando feroz a la guarida húmeda ilíaca. Josefina, kilométrica, lamía mientras en negro opaco que raspa… Súbitamente, un todo ulceroso vislumbró yacimientos de zozobra. Amaban y bramaban, confundidos, deseándose, enfermos y febriles. Gritaron, se hundieron, iracundos, jubilosos y kayeron. Levantaron las manos, necesitaron ominosas perversiones quiméricas, rogaron saberse totales, universales, victoriosos y zumbaron. Así, brindándose, comieron delicias efímeras, fugaces, geniales. Hervían. Incendiándose, juzgando letales meneos, nimias oscilaciones púbicas, quedando resignados, sembrando trampas, ufanándose vencidos.

Corregir la aurora.

  Corregir la aurora, sentarme en su lecho triste y dejarla caer despacio, corregirle los albores del mediodía naciendo rosados y lampiños, corregir la aurora desde lo privado de tu núcleo, corregirla impunemente, bajar los párpados, ignorándola, cerrar las puertas y las ventanas y seguir viviendo de noche, unos minutos aunque más no sea, seguir viviendo la noche en tu cuerpo ausente, entregado a mórficas y oníricas dilucidaciones, corregir el amanecer intruso, el alba inquisidora que dora dorada tu piel en reposo, corregirle la búsqueda carente de sobras, apagarla desde el encierro letal del deseo, desde el abismo incorregible de la pereza, desde la lucha que avanza desde la garganta, gritarle a la aurora a la cara, renacer en silencio desde la oscuridad más suprema, desde lo fútil de batallar contra lo implacable, sin resignación ni nostalgia...

Extrañando las luces de casa.

Y tiene que ver con el humo, con el ruido y la luz, fosforescencia europeísta, intelectualita de poca monta, cómo te duele el otoño, Buenos Aires. Cómo te duele el mayo amarillo y el deshoje enojado, las frazadas en los zaguanes y el baño de Burger King. Pareciera que no pero me dejo, entera y desnuda, en tus calles de empedrado ahí, bajando por Defensa, en Esmeralda y la Avenida, en el guiño cómplice del rojo – amarillo – verde. Y tiene que ver con lo que me llevo, también. Buenos Aires, esta mezcla imperfecta de verde y de gris, este verde que potencio y este gris que funda la nostalgia, este tango a lo lejos y la luna que rueda Callao abajo (ahí le pasa a La Academia, ahora se mete en el subte A y quizás baje por casa la luna luna luna redonda). Y le saco la lengua a un Nito Artaza más alto que el original que me hace la venia por Corrientes, y ahí va el ciclista, con su termo de acero inoxidable y paro en un quiosco a comprar nosequé.

Mayo amarillo

Este mayo amarillo que te tira las lunas a la cara, este frío hacia adentro con la piel bajo cero, esta nostalgia inaudita del otoño en Buenos Aires. Saber de los nenes con visera y sus miserias, saber del hambre y la agonía en el Muñiz y sin embargo, sin embargo la distancia que me aprieta este pecho de utilería, de escenografía que cargo conmigo a donde sea que vaya. Basta de escribirle letras inmortales a tu ausencia, al hueco enfermizo al otro lado de la angustia, basta de quejarte desde allá y desde mí. Ahora hacerle un homenaje sombrío a mi abandono, al mío propio con lo que quedó allá, a la alegría combativa que se perdió entre los Andes y tus cejas, a aquello que tiene que ver con la maduración, el cambio, el estar realmente viva. Devolvéme la agonía, la euforia, la ira y la pasión, ratero enfermizo, devolvéme a mí lo que quedó con vos de mí, me extraño...

De obeliscos y de glaciares VI

Y no queda otra más que sumirse en la humedad, en el tumultuoso chismorrotear de mis voces cuando afuera el empedrado y adentro Goyeneche. Creo que descreo de las utopías que golpean a la puerta clausurada de la adolescencia, creo que descreo del fluir.
Ahora la nostalgia golpetea en el techo de chapa de la memoria, haciendo con su ruido la más insomne de las noches, variando con su eco metafísico mi dimensión temporal. No hay sinalefa en la memoria, sólo metáfora fragmentada, hilvanada débilmente a la sombra del tren. El destierro y la desdicha, y no vayas a dejarlo a un lado de la cama, no hay cabecera para el exilio, no hay más patria ni lugar.
Y qué importa Goyeneche, cuando el otoño en Buenos Aires, cuando el ochenta y seis me deja en el lago turquesa, cuando el espacio se deforma y se pretende dormido o ausente. Ausente...
Y la mente (más ordenada que nunca, más incoherente) lleva a la pluma, y la pluma a la muerte de no morirse nunca, y no busques lógica en mi texto, en mi descanso fugaz. (No caer en cursilerías, regla número uno del buen escritor, no inmortalizar que te amo y que entre tanto enredarse de ideas serpentantes es lo único que importa, no caer en cursilerías que no estoy para esas cosas.)
Sí en la verborragia. Sí. Cada palabra que fundo confunde a la anterior, la apoya, la refuta, la ignora. Mejor. Porque es eso lo que pasa puertas adentro, ESO.
Ahora La Cumparsita, ahora esa cosa como de euforia efímera, ahora estás fumando porque terminaste de comer (otra vez el tiempo y el espacio se van de bruces contra el piso, otra vez a Kant le sale un moretón). Ahora prendo un cigarrillo para acompañarte.
(Regla número dos del buen escritor: saber cuándo callar, y callar bien)
(Pero no soy un gran escritor, sólo yo, lejos, pensándote).

De obeliscos y de glaciares V

Y parece que justo ahora decidiste nombrarme, porque algo adentro me hizo cosquillas y al mismo tiempo me picó la nariz, esas cosas entre mágicas y certeras que pasan cuando las almas viven juntas en un lugar sin relojes ni cuentakilómetros. Sé que pronunciaste mi nombre con una seguridad sublime, con el tono como de cóndor que se suelta del peñasco, como de batir de alas, como de notro que revienta en su rojo perecer. Estoy segura, segurísima, de que solamente nosotros nos dimos cuenta de ese leve matiz, que sonó imperceptible para afuera, pero que de adentro se notó enseguida, como que cambio el color de la D y de la N, de la A no tanto, porque la costumbre, pero me hizo eco en las pestañas desde acá y un escalofrío en el ombligo, sé que me nombraste desde lejos, sé que tu parte de adentro gritó mi nombre y la de afuera lo disfrazó de murmullo.

Y sin embargo la noche.

Y sin embargo la noche, que repta por el arco iris tiránico de tu ausencia, sin embargo la noche, que no quiere claudicar frente a la tentativa de aplauso de la indiferencia que planea despacito como un bichito de luz en corto. Sin embargo, la noche, abismal fatiga del intento del olvido, feroz guarida del sinsentido y del silencio.
Tirar una piedrita de noche a tu ventana inmóvil, echarte la noche intachable ante el asecho ambiguo de tu potencia, vestirte azul de noche, ennocharte, des – tacharte, que me anochezcas hasta el alba recurrente.
Trasnocháme.
Achuráme de noche, empacháme de luna, desnudá tu cielo y dejemos sin cielo a los otros, casi una noche.

De obeliscos y de glaciares IV

Extrañar tu presencia como un eco profundo, extrañarte desde la mínima sombra de tus dedos sobre la alfombra, extrañarte a los ojos, desnuda y firme, manteniendo un interior de flor muerta en la penumbra, escondiendo esta verdad que me extingue la elegancia, sentirte como un vacío que revolotea fosforesciendo, como una nada que me funda y me alimenta, como un hueco que me sostiene en la superficie...
Glorificarte desde el no - ser, adorar tus ausencias para inventarte desde la nada, ahora el hueco en la almohada, ahora las manos frías y la boca urgente, ahora la emergencia entre los ojos y la mirada sin objeto. Despacio, te bosquejo en el latido, despacio en la pausa vital, en el instante que no late, en el segundo de inmovilidad... Ahora el silencio en la tarde atardecida de otoño... Y el detenerse inaccesible de la madrugada de este lunes en Buenos Aires.

Extrañarte de a partes, nunca entero, como si por buscarte el brillo exacto de las pupilas no pudiera lograr la curva de tu nariz, como si tuviera cada milímetro en la mente con una exactitud tan extrema que difusa... Extrañarte desde este presente falso, desde lo que quedó de mí después de vos, desde lo que queda de mí mientras no - vos, mientras la sensación de domingo a la altura del pecho, bajando cada tanto con el café y con el humo.
Te niego para crearte, te confundo, te sostengo en una ausencia plagada de estrellas y de magia. Quimérica juego, mezclando aquel brazo, esa tibieza, esta voz, en un caldero borroso y efímero. Quimérica juego, etérea, en la lejanía de lo imaginario, en el terreno transgresor de la ausencia. Siendo menos mía que tuya, pero en otro lado, más de nadie que nuestra.
Quebráme la nada a los ojos, tragáte la luna, vacía de luz y de espantos, juzgáme hechicera, convertíte vos mismo en un talismán implacable contra el olvido, contra la memoria, contra el feroz mundo de lo intangible...

Ausencias

Teñir la margarita de tu ausencia
Corriendo, sin dudarlo, a empezar con vos
(empezar como verbo transitivo, empezar algo, empezarte, empezarnos, buscar el fin de lo transitorio para dibujar la irrealidad de nuestro mundo, volar en unicornio a buscarte, montar al hastío con riendas de mimbre, para demolerlo con calidez). Nada nuevo bajo el sol, es cierto, pero ¿qué es realmente nuevo? Y además, es la misma luna que estás mirando la que echa sombra sobre la penumbra de mi silencio. Trato de apaciguar a la nostalgia con miel y canela, trato de confundirla con la vorágine, de perderla en los pasillos del subte A. Pero. Siempre pero en las historias.
Vida de carácter transitorio, lo seguro cayó con la madurez como glaciar que rompe, insolente y definitivo. Alojamiento dudoso, y no vayas a encariñarte con las paredes y las alamedas, porque inequívocamente se rompen con la inestabilidad. Todo transitorio, hasta vos, hasta yo misma...
Harta de despedidas, de ausencias, de derrumbes.
Vos quedáte. O llevame. Perduremos.
<no me resignes al inevitable>
Dibujáte a contraluz, contrarrestá a contramano la carretera unicromática de mi caminar. Miráme (casualmente, mi miopía no ve de lejos), miráme pero a los ojos y no caligráficamente. Saltemos vacíos que nos falta tan poco para ser felices...
<lo que nos falta se mide en metros>
Teñí la margarita de tu ausencia.

De obeliscos y de glaciares III

Hoy... Todo se vuelve confuso, tormentoso, agónico, casi letal...Esta nostalgia, esta parte de mí que me olvidé con vos, tan lejos, esta parte de mí que no pudo reunirse con la otro parte de mí que había quedado acá cuando yo estaba allá. Ser yo es así, fragmentarse, representarse, olvidarse y perderse a la distancia.
Y no saber nada de lugares, de obeliscos y de glaciares.
(Evidentemente, llueve en Buenos Aires)

Café

CAFÉ.
Cubriendo las falsas expectativas de un nadie amorfo y sin gracia, me extravío en una mirada corriente y oculta, inconsciente de sus laberintos, inconsistente en su materia. Aguerrida y luchadora, se alza su miel en la ventana, se pierde su resplandor en el saber común, en el sentido del escalope con puré, en el universo grotesco de la cotidianeidad. En lo cotidiano está lo puro, lo sé y no lo practico, lo percibe mi mente (exacta, racional) pero no el tumulto de pasos y pisadas en mis venas. En la falta de respeto está el abismo, el correrse más allá de las Grandes Divinidades Onanistas, de la suprema Paja Universal, en la que cae la muchedumbre de materia gris que no quiere pecar de cotidiana.
Aburrida y encerrada, no eufórica (sí enfática, sí epíteta), tu miel no era tal, tu miel era parte de esa escenografía que no me importa, no me madura ni me aumenta. Tu miel no despierta más la curiosidad del reloj.
Pero tu nombre, maldigo la onomástica.

De obeliscos y de glaciares II

Y este ahogo... Este sumirse más allá de la garúa en Corrientes y Maipú. Esta angustia sin derecho, sin causa, porque ayer seguías tan lejos como hoy y yo bien. Este extrañarte que solamente hoy duele adentro, perfora lo que encuentra y su vuelve bíblico tumor. Y saber que no importa, que me amás y me esperás pero que hoy no voy a mirarte (y ayer tampoco y sin embargo...). Se hace tan difícil no poder tenerte cuando Maipú y Corrientes y garúa, cuando me lloran los ojos de tanto mirarte estático en una película kodacolor, me llora el cansancio de buscarte en todas las esquinas de lo que no me pertenece. Porque hoy todo es tan poco auténtico, tan del lado de afuera del bolsillo y sin embargo...
Hoy es tan triste; a la hora de la amnesia, sólo vale tu recuerdo; a la hora del fracaso, sólo tu redención. A la hora maldita de la maldita nostalgia, sólo tu presencia, tu maldita presencia que no está.

De obeliscos y de glaciares

Buenos Aires está gris, cubierta de nubarrones oscuros y este maldito otoño entre ocre y desmedido. Necesito un gato y una ventana al cerro, necesito una presencia (tu presencia) que sólo mire por esa ventana, seguramente esa ventana deja ver un pabellón de nubes haciéndole el amor al cerro, seguramente el gato está echado en tu regazo y parece muerto, seguramente la ventana se empaña porque afuera hace mucho frío y adentro tu presencia. Estás quieto, en paz, fumando despacio, dejando caer la ceniza, posiblemente sobre el lomo del gato muerto. Hay silencio, sólo el agitar del viento polar afuera de la ventana, sólo el crepitar insignificante de tu cigarrillo. Llegás, abriendo la puerta, y te saludás. Despertás de tu letargo, súbitamente el gato se asusta y se calma, y va a saludarte. Vos también te saludás, con una sonrisa que inunda todo con una luz impecable. Te sentás frente a vos, de espaldas a la ventana, y te mirás con detenimiento. Suena el teléfono. Te levantás del sillón, descubirendo la ventana y atendés. Sin sorpresa, te atendés. Sonreís, por primera vez, y empezás a hablarte por teléfono moviendo las manos, articulando, como si, ingenuo, pudieras verte. Mientras tanto, seguís mirando la ventana, y, a veces, te mirás hablando por teléfono. De repente, interrumpís el paisaje y pasás por la ventana, saludando. Vos, del lado condensado de la ventana empañada, saludás también. Te da sueño, te palmeás el hombro que habla por teléfono y te vas a dormir. Te recostás a un costado, porque ya estás una vez en la cama y se te hace difícil encontrar el hueco, la posición, pero finalmente. Te dormís.
Y te despertás. Y al lado tuyo estoy yo.

Abismos.

El abismo está en el pliegue de tu cuello, en la punta de mi lápiz, en el cursor titilante ávido de palabras, en el mundo de tu ombligo, en el gemido, en el bemol, en el fantástico derretirse de una vela.
Pero a la hora de elegir, en el mutuo desabrocharse.

Fuego.

FUEGO.
Avasalla su misterio, quiebra murallas ardiendo templos, arrasa con su mirada profunda la última gota del vaso, el último exhalar en los crematorios crepitantes, la última letra de la desilusión ardiente. El fuego, rey misterioso de tronante caminar, de paso firme y certero, de rojiza palpitación. El fuego.
Es, a veces, el fundador del olvido. Arden en sus vísceras, trágicas, aquellas cosas que sólo quieren dejar de existir, perder la ontología en la más voraz, exacta y exuberante de las muertes. El fuego, padre y protector también de la memoria, de la idolatría mística por lo que fue, de la profanación al tiempo.
Es, a veces, el hipnótico resguardo de los ojos reflexivos, de la voz en el silencio, de las lágrimas austeras que se vierten en el margen incompleto de la angustia. Analítico mentor, reverbera en las fauces hambrientas de repuestas que muerden las miradas que penetran la incógnita.
Es, a veces, protector tibio de los cuerpos desnudos, acalambrados al abrigo de la lumbre. Mudo testigo de los avatares de la sangre.
Impetuoso. Impulsivo. Abrasador. Ardiente.
Pero sufre. El fuego sufre su soledad. La pira suspira cargada de deseo. El fuego, rey y señor del delirio, preso de su poder, de su unicidad. Deambula, solo, por funestas galerías subterráneas para guarecerse de su pena...
Siente, en lo más profundo de su alma azul y vulnerable, oculta entre las llamaradas anaranjadas y vivaces, la carencia de la caricia, el castigo de la castidad. El fuego no puede ser palpado, nadie podrá jamás investigarle los recovecos, hacerle cosquillas, besar el ardor de sus mil lenguas... Y  sin embargo, el fuego espera, paciente, en las tinieblas que pueblan el Otro Lado del Espejo...
Envidia sana de las aves místicas, de suave plumaje. Envidia sana del agua, de escurridiza mutabilidad. Envidia sana del viento, de furiosa caricia. Sana envidia de la tibia madera, de la montaña suave, de la hierba viva y fragante. El fuego sufre, y espera.
A veces, sin embargo, desespera. Y brama, alumbrado, contra el tiempo, contra la soledad, contra su irremediable destino.
Cuando se cansa de esperar, vomita su ira desde el fondo, y en algún lugar del mundo un volcán tumultuoso deja oír su grito agónico, encadenado.

Fernando

FERNANDO.
Sólo se persignó a sus siete dioses. Les rogó por su nube, por su sueño, por su descanso y su paz. Sintió un hilo de sudor bordeándole un párpado, deslizándose por la nariz, reptando hacia el balcón del extremo, suicidándose contra la nada. Sus manos estaban frías, aquel cordón helado le detenía la sangre, explotando y latiendo sus muñecas violáceas. Sintió deseos de vomitar, la sensación enfermiza de saberse ya muerto le revolvía las vísceras y subían por su garganta jugos biliares y amarillos, como hilos dorados. No tenía miedo, era solamente hastío, enfermizo hastío de esperar hasta el final. Cotidiano hartazgo del pasar de los segundos, inútiles e irrescatables... siempre lo mismo.
No se arrepentía, no podía arrepentirse. Luchador incansable, cazador de mariposas, fotógrafo de utopías, capturador de ideales. Condenado a morir en la hoguera moderna, aquel hereje contemporáneo.
Pensó en todas aquellas cosas que aún le quedaban por vivir a sus veintitrés años anacrónicos. Todas aquellas historias que lo hubieran tenido por protagonista, de haber elegido distinto, de haber jugado menos al justiciero, de no haber sido un soñador incansable, de haberestudiadoparacontadorycasadoconMaritaqueestanpreciosaconsusojitosvivarachos,
cómotequeríaesachica,Fernando.
Escuchó un ladrido a lo lejos... Un animal grande, seguramente. Y un disparo. Y un silencio.
Pero a pocos milímetros de su pecho, a cinco segundos de su fin, a dos lágrimas de su amante viuda, a cuatro fracasos y a dos misterios, escuchó entre los ladridos una voz profunda, profeta y sin edad.
El tiempo, desde lo más infinito de sus cavernas y sus tormentos, le regaló, por idealista o por obsceno, cuarenta y cinco segundos más de vida.
Y de las entrañas del fantasma se ahogó un grito que era un canto, de pesar, de melancolía, de euforia y desesperación. Y escucharon los dioses y los enigmas el idioma de la tortura y el anclaje de la resignación, el último nombre de Dios y la eyaculación del destino. El sonido jamás escuchado, aquella nota no descubierta, desgarrador invento y pesadilla.
Efímero y fugaz.

Y se desplomó.

Domigo

DOMINGO.
La metonimia en el placard aburrido de la resignación. Eso es el domingo. Falto de agonía y desesperación, escaso en sus cuatro puntos cardinales, el domingo es el anverso de una moneda falsa que flota (sí, flota) en la Fontana Di Trevi o en Dock Sud. El domingo como afónico desabrocharse sin más fin que el de rebalsar, que no es poco. Pero rebalsar en el primer botón, dominguísimo en el segundo, porque el domingo es un exceso de todo menos de excesos. De encontrarnos, alienados a la costumbre (y no acostumbrados a la alienación, ojo...), por una vez sin teclas en las que blandir nuestra omnipresencia cibernética en Paraná y Johannesburgo. De encontrarnos descubriendo que somos solamente porciones de una fainá gigante de tedio. TEDIO. Digámoslo de una vez, cuando nos encontramos con nosotros mismos (domingo como a las siete y afuera garúa, y adentro, nada) nos aburrimos terriblemente de escucharnos parlotear inútilmente para adentro (y si hay parloteo todavía hay esperanza, peor el silencio, la serenidad y la abulia.).
El domingo como familiar estampa de lo que no hay que hacer. La familiar estampa como ciencia aplicada a la eliminación de aceptar lo aburridos que somos. Necesitamos juntarnos, apretarnos, achurarnos, sudarnos y sentirnos en Agronomía con cuarenta y cinco grados a la sombra. Sí, claro, el hombre es un ser social... No es que se aburre, no es que simplemente no se tolera. Necesita Agronomía para no tolerar a los otros.
El domingo como tarjeta de presentación de la semana: todo pende del domingo en una predeterminación dominical. "Dominical": el domingo es el único día de la semana que tiene su propio adjetivo, y no sólo uno sino dos, "dominguero".
Estratégicamente, no hay mejor día para la misa que el domingo... Es que estamos tan vulnerables, tan entregados al marketing de la Santísima Trinidad... La iglesia como Agronomía, pero más fresquito. Es tan lindo tener un lugar a donde ir el domingo, y pensar qué vestir, y qué cara poner...
El domingo como cierre, como corolario de una semana tan terrible como lo será la próxima, convirtiendo los granos de arena del reloj en un ábaco insaciable.

Y se acerca, taciturno, el fin de semana con esa cosa como de espejismo...
 Dana
(viernes, 28 de octubre de 2005)

Andamiaje de palabras.

ANDAMIAJE DE PALABRAS
La literatura como salto al vacío, como riesgo, azar o enigma.
La literatura como praxis vital, como Crisólogo Larralde o kilo de kiwi.
La literatura como acertijo insondable, como combinación cambiante de letras o esquemas, jeroglíficos avatares que devienen en poesía.
La literatura como psicofármaco o estimulante de venta libre, como adicción y camino de ida.
La literatura como puta vieja, también, de boca en boca, reposando su esencia en la ajenidad de la melancolía.
La literatura como escudo o resguardo, como póster adolescente en la cara interna del placard.
La literatura como hermana mayor a quien faltarle el respeto para decidirnos a ser quienes somos.
La literatura como entretenimiento onanista, como íntimo recurso de amparo.
La literatura como dios unívoco y universal, como altar y demonio, mística demiurga.
La literatura desliteraturizada, materia prima efervescente.
Literatura al ajillo, al escabeche, a la provenzal, con y sin gas, la literatura en la mesa.
La literatura como tierra fértil hermafrodita que se autofecunda, reproduciéndose hasta crear al mundo.
¿Cómo no tratar de rozarla?
A mí me dijeron que cuando la tocás,
                                            ARDE.