domingo, 1 de abril de 2012

Tres sonetos tres.


Un fin.

Veintiuno de diciembre dos mil doce
y el mundo que se estrella en mil pedazos
sangre en un mar que altera y desconoce
los gritos de terror que alzan los brazos.

Granizo avasallando los tinglados,
cementos que destrozan terremotos,
tsunamis que revientan con las manos,
ciudades incendiadas, autos rotos.

Y el sol desaparece en la tormenta
de rayos y centellas que iluminan
horror de apocalipsis no reprocho.

Y yo en casa y la tele no lamenta
entre tantas tragedias que asesinan:
sola y sin café, cumpliendo veintiocho.




En el placard.

Me acuerdo que escuchabas “No sé tú”
y aullabas como un cerdo al acabar
trazabas tus palotes: “I love yoú”
(¿y quién no tiene un muerto en el placard?).

Robabas vino en el supermercado,
coleccionabas  gorras de beisból.
No sabías besar sin meter mano,
llorabas si gimnasia hacía un gol.

¿Y dónde estarás? ¿Qué será de vos?
¿Habrás ido al final al Teatro Astral
a ver a Montaner o a Cristian Castro?

Recuerdos de Burzaco, porro y tos,
memorias de tu cuerpo magistral,
homínido que huyó sin dejar rastro.


Hoy.

No busco la ocasión ni te acribillo
a preguntas como aves desatadas.
No quiero más acciones retratadas
en un “querido diario” ya sin brillo.

Un día amaneciste. Eso es todo.
Sin ganas de mirar para este lado.
Un día tuve un miedo abochornado
cuando borraste todo con el codo.

Ayer yo era tan joven, hoy lo asumo,
ayer era un ensayo sin vestuario,
ayer era un se toca y no se mira.

De glorias desterradas no presumo.
Arrasa ahora mi pecho ya el estuario
que orada la piedra de tu mentira.

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