Yo me acuerdo del Gordo Járris. Era rubio, bien
gringo, con las pestañas casi blancas y los ojos transparentes, me acuerdo que
llegaba todo colorado al aula de Química, resoplando como un bandoneón
desafinado. ¿Cómo no me voy a acordar del Gordo Járris, que comía maní con
chocolate y siempre tenía los dedos sucios y pegajosos, que era el campeón
indiscutido de servatana a la nuca de Santángelo y sus capitales de África?
¿Pero cómo, nadie se acuerda? ¿Cómo puede ser que nadie se acuerde? ¿Ni
siquiera vos, Herrera? ¿No te acordás que cuando el preceptor pasaba lista el
Gordo Járris estaba justo antes que vos? Me acuerdo porque yo los tenía en la
misma página del índice telefónico donde anotaba los teléfonos de los amigos.
Me acuerdo porque en esa página solamente estaban ustedes dos.
Fue muy loco lo que pasó con el Gordo Járris. A
veces pienso que debo estar loco, que no puede ser. Pero el Gordo Járris
desapareció. Así, de un día para el otro. El Gordo Járris dejó de venir a la
escuela y nadie se dio cuenta: se lo tragó la tierra (¿la Tierra?), como si
nunca hubiera existido. Y nadie, pero nadie, se dio cuenta.
Me acuerdo que llegamos con el Zurdo al aula de
quinto, nos habíamos fumado un puchito en la puerta y veníamos masticando
chicles de menta. Hacía frío, me acuerdo porque me saqué los guantes para
fumar. Entramos casi corriendo, era tarde y nos estaban cerrando la puerta.
Cuando llegamos al aula, noté algo raro, pero no
me supe dar cuenta bien de qué era lo que había cambiado. Llegó el profesor,
nos paramos, “buenosdíasprofesorFangulo”. Lo de siempre. Pero se sentía algo
raro. Al rato llegó el preceptor y pasó de Gómez Acuña a Herrera, y ahí me di
cuenta. Nadie dijo nada, y yo no sé por qué, pero tampoco.
Unos días después fuimos con Nacho a comprar un
pebete al kiosco de la escuela, recuerdo que me llamó la atención la cantidad
de paquetes de maní con chocolate que había detrás del mostrador, como
esperando… Me volví a acordar del Gordo Járris, y cuando le iba a decir a
Nacho, Chicha me preguntó si le ponía mayonesa y me olvidé de nuevo.
Me acuerdo que como al mes, nos encontramos con
los chicos a jugar un picadito en el campito de Vialidad. Y el Paisa fue
derecho al arco, como si ese hubiera sido su lugar de siempre, como si el Gordo
Járris no hubiese sido el dueño indiscutido del arco durante, por lo menos,
cuatro o cinco años. Como si nada, me acuerdo, el Paisa se puso los guantes y
se fue silbando bajito para el fondo.
Después vino Bariloche, la fiesta, yo empecé
Arquitectura, el Zurdo y el Paisa se mudaron a La Plata, Herrera empezó a
laburar en el tallercito de los viejos… Nos seguíamos encontrando, cada tanto,
después llegaron las novias, los hijos… Y la vida nos fue enredando cada vez
más, y nos fuimos olvidando de todo…
Hasta hoy, que nos encontramos, ya canosos y
señores, para festejar nuestros veinte años de egresados. Y yo les quería
preguntar si alguno se acuerda del Gordo Járris, porque ayer encontré la
libretita, el índice telefónico y en la página había un borrón, solamente un
borrón, y abajo decía “Herrera, Miguel Ángel”.