martes, 15 de enero de 2013

...


Así, así, vení, miremos esta ciudad llena de luces desde acá, el viento que en la ventana era apenitas y acá nos revolea estos sombreros invisibles, dame la mano y trepáte hasta acá, que si querés deja de ser un tanque inmenso de hormigón y se convierte en otra cosa, no sé, un tazón inmenso de café caliente, o un rinoceronte valeroso con corazón de paquidermo. Cada vez que pienso en el amor vengo acá arriba, donde a veces estos edificios enormes son también un lago inmenso y como de purpurina, donde la noche está helada y esa cordillera milenaria te hace cosquillas en esos ojos que ahora son marrónclarito y como de gato, y vení, te digo, abrazame que este viento que sacude esta estepa de coirones y piedritas y este lugar de acá arriba donde otras veces es un potrero rodeado de cerros colorados y vos usás sombrero y tomás mate y hay algo en tu aire campechano y tu sangrar de poesía en algún lugar de este claro, y subite, trepáte a ese escaloncito de allá al costado y de ahí a este otro escaloncito, vení acá a mirar como un cielo lleno de estrellas se acerca, despacito, a un río famoso que nos corre por debajo, en una ciudad llena de puentes, de moros y de magos. Dame la mano y miremos, y se te enrulan los ojos, y se te afinan las manos, y se te da vuelta el horizonte por un ratito, y quizás sea otra vez mirar desde acá y abrir los ojos otra vez y volver a mirarte, y otra vez esta brisita que canta como una zamba triste, un brazo que es el tuyo que se me apoya en el hombro y la certeza de que en ese brazo están todos los brazos, y en este hombro están todos los otros hombros que has abrazado. Un mirarte como en el tiempo y reconocerte, a veces de ojos oscuros, a veces de ojos claros. Un beso que sale de mí pero que lleva todos los besos de las que has amado. Mirá, mirá, miremos, los ecos de la luz en los tejados, que el viento sopla entre los edificios, que el mar está subiendo allá abajo, que somos siempre nosotros, los mismos que hace mil años.