Así, así, vení, miremos esta
ciudad llena de luces desde acá, el viento que en la ventana era apenitas y acá
nos revolea estos sombreros invisibles, dame la mano y trepáte hasta acá, que
si querés deja de ser un tanque inmenso de hormigón y se convierte en otra
cosa, no sé, un tazón inmenso de café caliente, o un rinoceronte valeroso con
corazón de paquidermo. Cada vez que pienso en el amor vengo acá arriba, donde a
veces estos edificios enormes son también un lago inmenso y como de purpurina,
donde la noche está helada y esa cordillera milenaria te hace cosquillas en
esos ojos que ahora son marrónclarito y como de gato, y vení, te digo, abrazame
que este viento que sacude esta estepa de coirones y piedritas y este lugar de
acá arriba donde otras veces es un potrero rodeado de cerros colorados y vos
usás sombrero y tomás mate y hay algo en tu aire campechano y tu sangrar de
poesía en algún lugar de este claro, y subite, trepáte a ese escaloncito de
allá al costado y de ahí a este otro escaloncito, vení acá a mirar como un
cielo lleno de estrellas se acerca, despacito, a un río famoso que nos corre
por debajo, en una ciudad llena de puentes, de moros y de magos. Dame la mano y
miremos, y se te enrulan los ojos, y se te afinan las manos, y se te da vuelta
el horizonte por un ratito, y quizás sea otra vez mirar desde acá y abrir los
ojos otra vez y volver a mirarte, y otra vez esta brisita que canta como una
zamba triste, un brazo que es el tuyo que se me apoya en el hombro y la certeza
de que en ese brazo están todos los brazos, y en este hombro están todos los
otros hombros que has abrazado. Un mirarte como en el tiempo y reconocerte, a
veces de ojos oscuros, a veces de ojos claros. Un beso que sale de mí pero que
lleva todos los besos de las que has amado. Mirá, mirá, miremos, los ecos de la
luz en los tejados, que el viento sopla entre los edificios, que el mar está
subiendo allá abajo, que somos siempre nosotros, los mismos que hace mil años.