viernes, 22 de junio de 2012

El Gordo Járris


Yo me acuerdo del Gordo Járris. Era rubio, bien gringo, con las pestañas casi blancas y los ojos transparentes, me acuerdo que llegaba todo colorado al aula de Química, resoplando como un bandoneón desafinado. ¿Cómo no me voy a acordar del Gordo Járris, que comía maní con chocolate y siempre tenía los dedos sucios y pegajosos, que era el campeón indiscutido de servatana a la nuca de Santángelo y sus capitales de África? ¿Pero cómo, nadie se acuerda? ¿Cómo puede ser que nadie se acuerde? ¿Ni siquiera vos, Herrera? ¿No te acordás que cuando el preceptor pasaba lista el Gordo Járris estaba justo antes que vos? Me acuerdo porque yo los tenía en la misma página del índice telefónico donde anotaba los teléfonos de los amigos. Me acuerdo porque en esa página solamente estaban ustedes dos.
Fue muy loco lo que pasó con el Gordo Járris. A veces pienso que debo estar loco, que no puede ser. Pero el Gordo Járris desapareció. Así, de un día para el otro. El Gordo Járris dejó de venir a la escuela y nadie se dio cuenta: se lo tragó la tierra (¿la Tierra?), como si nunca hubiera existido. Y nadie, pero nadie, se dio cuenta.
Me acuerdo que llegamos con el Zurdo al aula de quinto, nos habíamos fumado un puchito en la puerta y veníamos masticando chicles de menta. Hacía frío, me acuerdo porque me saqué los guantes para fumar. Entramos casi corriendo, era tarde y nos estaban cerrando la puerta.
Cuando llegamos al aula, noté algo raro, pero no me supe dar cuenta bien de qué era lo que había cambiado. Llegó el profesor, nos paramos, “buenosdíasprofesorFangulo”. Lo de siempre. Pero se sentía algo raro. Al rato llegó el preceptor y pasó de Gómez Acuña a Herrera, y ahí me di cuenta. Nadie dijo nada, y yo no sé por qué, pero tampoco.
Unos días después fuimos con Nacho a comprar un pebete al kiosco de la escuela, recuerdo que me llamó la atención la cantidad de paquetes de maní con chocolate que había detrás del mostrador, como esperando… Me volví a acordar del Gordo Járris, y cuando le iba a decir a Nacho, Chicha me preguntó si le ponía mayonesa y me olvidé de nuevo.
Me acuerdo que como al mes, nos encontramos con los chicos a jugar un picadito en el campito de Vialidad. Y el Paisa fue derecho al arco, como si ese hubiera sido su lugar de siempre, como si el Gordo Járris no hubiese sido el dueño indiscutido del arco durante, por lo menos, cuatro o cinco años. Como si nada, me acuerdo, el Paisa se puso los guantes y se fue silbando bajito para el fondo.
Después vino Bariloche, la fiesta, yo empecé Arquitectura, el Zurdo y el Paisa se mudaron a La Plata, Herrera empezó a laburar en el tallercito de los viejos… Nos seguíamos encontrando, cada tanto, después llegaron las novias, los hijos… Y la vida nos fue enredando cada vez más, y nos fuimos olvidando de todo…
Hasta hoy, que nos encontramos, ya canosos y señores, para festejar nuestros veinte años de egresados. Y yo les quería preguntar si alguno se acuerda del Gordo Járris, porque ayer encontré la libretita, el índice telefónico y en la página había un borrón, solamente un borrón, y abajo decía “Herrera, Miguel Ángel”.

Dibujando.


Como si pudiera invocar a los lapsus de la memoria y los misterios gozosos de la conciencia, busco dibujarte fragmentado en la pared: necesito un modelo, un dibujo, un concepto, necesito un modelo para poder visualizarte sin romperte. Cómo hacer para trazar tu figura con esta tiza marchita y seca, sin detenerme, lasciva, en cada una de tus partes. Tengo que poder dibujarte, me digo, tengo que poder invocar tu imagen llena y sin detalles para trazar tu contorno en la medianera del patio. Desespero, presa de la metonimia, busco hablarle a la silueta y no a tus ojos de gato, al mágico pliegue de tu clavícula, a la deliciosa sombra de tus brazos redondos, al reloj que enloquece debajo de tu ombligo. No. Pensar al cuerpo entero, evitar detenerme en el delirio húmedo de tu boca. Necesito dibujarte entero en la medianera del patio para no olvidarme nunca de cómo sos ahora, para poder mirarte por la ventana, estático, inmóvil, mientras este mundo se dedica a corromper tus líneas, mientras tus hombros comienzan a caerse y las formas a redondearse. Tengo que poder dibujarte ahora que floto en este limbo canábico y optimista, ahora que todavía no sentí el tirón de la cadena en el tobillo, ahora que todo huele a canela y chocolate, y los ojos abiertos sólo buscan tu forma, dibujar tu forma antes de perderme en la penumbra de este mundo que sí existe.